Inocencia y lujuria: un cocktel fabuloso en mis recuerdos de adolescencia.
A los 15 años fui decidido a comprar mis primeros condones. Recuerdo que por aquellos tiempos pasaban en la televisión la serie la Mujer Maravilla.
La empleada de la tienda, que era muy hermosa, se dio cuenta al instante de que yo era un novato. Me entregó el paquete y me pregunto si sabía cómo usarlos.
Yo le contesté con sinceridad: 'No'.
Así que ella abrió el paquete, tomó uno de los condones y se lo puso en el dedo pulgar.
-Tiene que estar ajustado y seguro-. Me aconsejó, acercando su mano hasta mi cara, mientras yo lucía confundido.
Ella echó un vistazo a la tienda y al constatar que estaba vacía, me dijo:
-Espera un minuto-. Se dirigió a la puerta y la cerró con llave; luego vino hasta mí, me tomó de la mano y me llevo a la trastienda. Allí se desbotonó la blusa, el brassiere cayó al suelo y pude ver sus estupendos senos, ¡como los de mi heroína en la televisión!
-Te excita, ¿verdad? -Escuché apenas su voz. -Es hora de usar el condón.
Y mientras yo me lo ponía, ella se quitó la falda y se acostó en el escritorio. Su pelo largo y castaño caía desordenado en el aire.
-¡Vamos!- Me ordenó. -¡Que no tenemos mucho tiempo!
Fue fantástico, aún lo recuerdo hasta hoy; solo que no duré mucho tiempo y en unos cuantos minutos, todo había terminado.
De pronto vi a ella con el ceño fruncido.
-¿Te pusiste el condón?!!! -Fue un grito hasta el cielo...
-¡Claro!- Respondí, mientras le enseñaba el pulgar.
1 comentario:
Si no fuese porque en USA lo que hizo la tendera se considera "statutory rape" (http://en.wikipedia.org/wiki/Statutory_rape)
La historia es bastante hilarante.
Me recuerda a la historia de un paisano y su compadre, quienes labrando en su chacra, fueron abordados por una gringa turista cuyo auto se había descompuesto al filo de la carretera en ese inhóspito lugar. La mujer solicitó ayuda, ellos dijeron que al día siguiente en la mañanita, pasaba un bus que la podía llevar al pueblo, justo por donde se encontraba su descompuesto automotor. No teniendo otra opción, la mujer les pidió posada. Ellos accedieron de mala manera. Juan se llamaba el un campesino, José el otro.
Acomodose la mujer en la humilde choza. Era media noche y la sajona sintiendo el frío del páramo, acongojada por culpas ajenas de genocidios de otras épocas y embargada en la profunda lascivia que despertaba en ella la idea del amancebamiento con unos verdaderos autóctonos de corte folklórico, convidó a Juan, para que compartiera el lecho con ella, y le brindase un poquito de su calor y aroma andino. El aludido espetó que era hombre casado y que no podía hacer eso, porque existía el riesgo que de ella quedase embarazada: ¡Nu patruncita, mira qui soy kasado, y mi mujir me pigaría si se intira di lu qui vamos a hacir! La gringa, embriagada por el aroma del indio semental, le contestó: ¡tú no preocuparte, yo tener estos cauchitos que tu poner en tu pene y no pasar nada, yo no quedar embarazada!
Una vez terminado el jaleo con el Juan, el frío del páramo caló los huesos de la extranjera, lo cual la hizo solicitar los cuidados termales y carnales del otro indio, el José. Se repitió la escena, el aborigen se excusó: ¡Nu patruncita, mira qui yu también suy kasado, y mi mujir me pigaría si se intira di lu qui vamos a hacir! Con similar discurso, la dama le respondió: ¡tú no preocuparte, yo tener estos cauchitos que tu poner en tu pene y no pasar nada, yo no quedar embarazada!
La gringa a la mañana siguiente se marchó de igual forma como llegó: furtivamente.
Había pasado una semana ya, desde que Juan y José se habían entregado a los placeres carnales con una piel blanca. Se encontraban laborando en su llacta de igual manera que siempre lo había hecho. Juan, en tono molesto y fastidiado le dice a José: ¡Uyi, no si tu, piru yu, ya mi vuy a quitar isi caucho, a mi qui mi importa si se quida imbarazada la gringa!
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