viernes, 2 de julio de 2010

Origen de la democracia en la antigua Atenas

























Por Rafael M. Arteaga.







 



 Cuando leemos FEDRO
O DE LA BELLEZA, y vemos a Sócrates junto a su amante, sentados a la sombra de
los platanales, con los pies en las aguas transparentes del río Ilisio, discutiendo
apasionados sobre el objeto del amor y de la belleza; mientras en EL BANQUETE, Platón
nos muestra a Sócrates con sus discípulos recostados en sus mecedoras, al calor
de los vinos y el placer de la comida, rodeado de esclavos y bailarinas con cítaras
en sus manos, dialogando sobre el origen y esencia del amor, parecería que la
nación ateniense alcanzó un alto nivel de desarrollo social y económico,  que permitió a sus habitantes dedicarse a
discusiones trascendentales, propias de espíritus inquietos y de barrigas
llenas; sin embargo, aquella visión paradisiaca no habría sido posible si
detrás de ellos no hubiera existido otro sector social que les proporcionaba un
sustento económico: los pobres, con todas sus manifestaciones: mendicidad,
prostitución, ignorancia.





 “La democracia fue y es un invento de las
clases poderosas para acceder y mantenerse en el poder” -dijo el economista
Juan Rodríguez en la Universidad de San Marcos, Lima. Y añadió: “Es un sistema
perverso que ha vuelto poderosas a las clases dominantes, que vive y se
fortalece con la ignorancia de las masas”.





Que el contenido de
sus palabras no fue un pedazo de vidrio que podría lastimar a los defensores de
la democracia, estuvo claro para los asistentes a la conferencia; pero mientras
revisábamos el origen de la democracia en Atenas, encontramos que muchas
escenas de entonces se repetían en nuestros tiempos y países, con los mismos
errores, ¡2500 años después!    






 La
democracia, tal y como la vivimos y la entendemos hoy en el mundo occidental-
tuvo sus orígenes en la antigua Atenas a finales del siglo VII AC., tras la aparición
de un nuevo sector económico, (cuyas fortunas crecieron con el libre comercio
entre las ciudades e islas del mediterráneo: acumulación e intercambio de
metales, tejidos, maderas, granos secos, especias), que reclamaba su espacio
frente al poder absoluto del rey, en la administración de justicia y la creación
de leyes que demandaba el crecimiento de la ciudad-estado. ¿Cómo acceder a él? Se
preguntaba la naciente oligarquía de entonces y pronto se dio cuenta de que la
insatisfacción de los hombres libres de la ciudad y de los campesinos radicaba
en que ambos sectores no eran dueños de nada, ni siquiera de sus vidas, porque las
tierras y los medios de producción pertenecían al rey y a los nobles que
rodeaban a éste.



Los nuevos ricos llamaron a los sectores marginados a sublevarse contra el
poder constituido de la monarquía a cambio de repartir las tierras, de disminuir
las cargas tributarias, de darles el estatuto de ciudadanos (a los hombres
mayores de 21 años, de origen ateniense), y de crear una Asamblea del Pueblo donde
ellos puedan participar en la creación de leyes que requería el nuevo estado. Las
ofertas surtieron efecto y las masas ayudaron a subir a
Solón (594 a.C.) y su grupo al frente del
gobierno; una vez allí, uno de sus primeros mandatos fue asumir la ciudad el
negocio de la prostitución; a partir de entonces, miles de esclavas, mujeres
libres y extranjeras aportaron con sus cuerpos grandes ingresos a la caja
fiscal. Introdujo la moneda y ofreció grandes beneficios a los extranjeros
ricos que quisieran invertir en Atenas, sentando las bases del sistema
socioeconómico de carácter comercial y cuyos recursos obtenidos -vía
impuestos- se destinó a la importación de cereales para alimentar
a la población a través de subsidios. Anuló la esclavitud por deudas y
prohibió el préstamo que llevara a ello -con carácter retroactivo; fraccionó
los latifundios; prohibió exportar productos agrícolas, excepto el aceite, para
proteger el consumo interno, y dividió la población en cuatro grupos, de
acuerdo a su nivel de ingresos (
pentakosiomedimnoi, hippies,
zeugitai y thetes). 











 La introducción de la moneda trajo consigo la acumulación de capitales. 



Los
nobles, entonces, comienzan a especular con la moneda, acumulan capitales e
invierten en
empresas antes imposibles,
como crear talleres, ejércitos y cuerpos de seguridad, explotar minas, equipar
flotas para buscar nuevos mercados en las costas del Mediterráneo, del Mar
Negro, al interior de Europa y Asia. El campo, siguiendo la ley de acumulación
de capitales, es abandonado por sus habitantes, obligados a vivir ahora en la
ciudad.











Pero los
resultados de sus decretos tardaron en surtir efecto, o se cumplieron a medias
y los sectores más pobres mostraron su descontento de nuevo en las calles,
lo que fue bien capitalizado por Pisistrato, primo y rival político de Solón,
miembros ambos de la aristocracia ateniense, para asumir el gobierno de la nación:
buscó y logró el apoyo de la ciudad, sin ofrecer a cambio más que gobernar con
moderación y benevolencia. Embelleció la ciudad con templos como los de
Zeus Olímpico y de Apolo, hizo construir
caminos, un acueducto, nuevos mercados junto al Ágora; dio facilidades para el
comercio y la industria, lo que generó trabajo y bienestar en la población -que
lo aceptó declararse tirano, inclusive; aunque sin olvidar aquella ley impuesta
por Solón, la misma que permitía a los ciudadanos elegir y ser elegidos para
los diferentes cargos y magistraturas de la ciudad -de acuerdo al nivel de sus
fortunas.










Los nobles
seguían en pugna tras las riendas del gobierno y nada mejor que aprovechar los
errores de las tiranías de
Hipias e Hiparco, (hijos de
Pisistratus).
Clistenes, al finalizar el
siglo VI, consiguió el apoyo de la población para destituir a los tiranos y,
una vez en el poder, abrió nuevas rutas comerciales en el Mediterráneo, las
inversiones de los extranjeros aumentaron, lo que genero empleo en la ciudad
que, por entonces, estaba llena de prostitutas, mendigos, migrantes y
mercenarios al servicio de ejércitos y sátrapas que podían pagar por sus
servicios. Ya no era necesario tener una fortuna para ser magistrado. Amplió de
8 a 10 las tribus del Ática, logrando calmar los ánimos de aquellos sectores
que se sentían marginados y provocaban continuas rebeliones en Atenas.
Introdujo la igualdad de derecho a la palabra para los ricos y los
pobres en la
Ekklêsia. Aumentó el Bule (o consejo de
vigilancia de la ciudad) a 500 miembros, se reguló la ciudadanía, y se dio un
paso adelante en la construcción de la democracia: los sectores económicos
fuertes de entonces (unidos ante un mismo objetivo) aceptaron que la asamblea
tenga la capacidad de elegir dignidades (que hasta entonces estaba en manos del
Areópago, organismo constituido por nueve miembros de la aristocracia y oligarquía
¡designados justo por la asamblea!) y de pedir cuentas a los magistrados al
terminar sus gestiones. Este es el punto más importante, desde mi opinión, conseguido
por los ciudadanos hasta entonces.










La
evolución política de Atenas se vio interrumpida a principios del siglo V a.C.
por las amenazas del Imperio Persa. Los ejércitos de las ciudades-estados
debieron unirse para hacer frente común durante la Primera Guerra
Médica (victoria para los helenos en Maratón 490 a.C.), la Segunda
Guerra Médica (480-479 a.C. (derrota griega en las Termopilas y victorias en
Salamina y Micala). Los conflictos bélicos, sin embargo, provocó un inusitado
renacimiento cultural y económico del mundo jonio; potenció los cultos griegos
frente a los orientales, especialmente aquéllos relacionados con Atenas
-principal potencia vencedora de la guerra; aceleró el crecimiento
económico-comercial de la ciudad ligado a su expansión marítima y, además, puso
las bases para la formación de bloques griegos opuestos en torno a Atenas (Liga
Ático-Délica vinculada a sistemas democráticos) y Esparta (Liga del Peloponeso
-defensora de sistemas aristocráticos).







Los ofrecimientos de los clanes económicos en el gobierno, sin embargo,
tardaban mucho en concretarse, -incluso siglos, como abolir la esclavitud a
causa de deudas, y que eran muchos los afectados, debiendo el estado asumir
tales compromisos a fin de calmar los ánimos de la población; o la repartición
de tierras productivas en manos de las clases sociales altas, o elegir y ser
elegido sin que la fortuna personal sea un requisito. La democracia fue tomando
forma paso a paso y ello se debió al nivel de participación cada vez más activa
de los ciudadanos, aunque los sectores acomodados de Atenas no iban a permitir
que las riendas del poder la manipulen a su antojo quienes no pertenecían al
privilegiado club; al fin de cuentas, los continuos brotes de inestabilidad
social durante aquellos tiempos no solo era fruto del descontento de su población
con los gobernantes de turno, sino también que fueron provocados y manipulados
por éstos en los sectores marginados de la sociedad, que eran mayoría en
Atenas. Fueron conflictos de intereses económicos entre los dueños de las
mejores tierras cultivables y capaces de mantener un ejército para cobrar
tributos, hacer respetar sus derechos e imponer leyes -a través de sobornos en
la asamblea- y los nuevos ricos que vieron crecer sus fortunas importando
trigo, cebada, tratando con minerales preciosos (la plata, que abundaba en las
minas del Ático, -pertenecientes a la aristocracia y que los comerciantes la
debieron adquirir a ésta para llevarla a otros puertos en las costas del Mediterráneo
y recibir a cambio oro persa para halagar a sus dioses en los templos, el
bronce utilizado en la fabricación de armamento; o exportaban vinos, baratijas
y traían piedras preciosas.



Los nobles debieron compartir con la oligarquía las magistraturas y cargos públicos
-donde se impartía las leyes e implementaban otras (casi siempre a su favor,
aunque vistas desde afuera parecieran éstas defender los intereses de la mayoría
de población, en especial de los menos fuertes). Y en ese proceso de
acoplamiento de fuerzas, que tomo varios siglos, ambos grupos debieron ser cada
vez "más generosos" en favor de la democracia; aunque no lo
suficiente como para poner en riesgo sus fortunas y nivel de influencia en los
nuevos gobiernos, por más radicales que éstos pudieran asomar en contra de un
sistema político y económico desgastado.



Cuando leemos en los libros sobre la construcción de la democracia en la
antigua Grecia, parecería que el pueblo estaba feliz con participar en las
asambleas populares, con elegir y ejercer una magistratura, escribiendo así
inolvidables páginas de civismo en favor de una causa. Nada más alejado de la
verdad, porque las clases dominantes de entonces -y de nuestros tiempos,
usaron a las masas en sus conflictos internos por hacerse con el gobierno,
algunos por vanidad, muchos por convicciones políticas definidas, y otros al
sentir amenazada la supervivencia de sus clanes y negocios; por ello, antes de
organizar cualquier levantamiento analizaban primero los errores del rey o
tirano de turno y ofrecían al pueblo un gobierno diferente, más
algunas migajas de sus mesas, como entregar tierras a los campesinos, o permitirles
ingresar a las asambleas con voz y voto, (Clistenes, al enterarse que la invasión
de los espartanos a Atenas era inminente, lo que debió afectar sus posesiones y
negocios, educado como fue en las mejores ciencias de su época, sobre todo en
oratoria, congregó a los ciudadanos al Ágora y allí les ofreció compartir el
poder por igual, aboliendo los estatus económicos).



¿Por qué, entonces, durante la era que precedió a la Edad de Oro de la civilización
griega, el puerto del Ático estaba lleno de mendigos -con el título de
ciudadanos- que morían de hambre en los pórticos de sus dioses, de prostitutas
y muchachitos dedicados a tal oficio a cambio de comida? ¿Dónde estaban las
trampas de la democracia para que ello fuese así y no la nación perfecta que
todos leemos con entusiasmo durante nuestras épocas de formación académica?
Simple, en las mismas leyes y disposiciones que los ciudadanos -alegres por ser
tomados en cuenta- aprobaban en la asamblea alzando la mano y por mayoría
simple. He aquí algunos ejemplos: cuando Clistenes abolió la ley de Solón,
la misma que facultaba a los ciudadanos a elegir y ser elegidos de acuerdo
al nivel de sus fortunas, se podría argumentar que ello fue una decisión sublime
en el sendero de la democracia. Los ciudadanos de entonces apoyaron
cualquier proyecto presentado por él a la Asamblea; sin embargo, para
ser elegidos magistrados, consejeros, estrategas y más funcionarios del
estado, la ley decía que ello dependerá también del nivel de educación
de los candidatos
. Ello debió y debe, por cierto, ser así. Al pueblo no
le importo esta parte de la ley y permitió a Clistenes y los grupos de poder
-contrarios o alrededor suyo- seguir manteniendo su estatus, porque ellos eran
los únicos que podían pagar preceptores extranjeros (eran las mentes más
lucidas de aquellas épocas) para educar a sus hijos; éstos, miembros de una
élite social llena de privilegios, entablaban largas discusiones sobre filosofía,
teatro, leyes en el Gimnasio, en el Areópago, o en banquetes organizados
para honrar a los dioses -y que terminaban en orgias, tal los sofistas, Sócrates,
Platón, sus jóvenes discípulos -y amantes a la vez. Era el único sector que tuvo
la barriga llena y grandes fortunas que permitió a sus miembros escribir
tragedia, comedia, participar  en los festivales de poesía. Pagaban su
armamento, cascos y armaduras de bronce; recibían instrucción militar y
preparaban sus cuerpos para la lucha libre, las carreras de caballos; mientras
los sectores pobres no tenían siquiera el privilegio de engrandecer sus nombres
a través del fiero combate. 










El templo de Delfos, ubicado en el centro de Grecia









Cuando la Asamblea se reunía, ningún ciudadano sin privilegios económicos y
meritos intelectuales era elegido para dignidad alguna; aunque no por ello perdió
el derecho a la palabra y a presentar propuestas a favor de su tribu de origen.
Un campesino difícilmente pudo descuidar las duras labores del campo, su única
fuente de sobrevivencia, para asistir a las reuniones del Bule, de la asamblea
popular que se realizaba en la mañana, antes de que el sol se vuelva
insoportable, tres a cuatro días por semana, durante un mes griego, -al
principio; luego dos y tres meses al año (¡otra trampa!). La mayor parte de los
habitantes no sabía leer ni escribir. Muchos tuvieron actividades más
importantes en sus vidas, como atender sus negocios; otros estaban en mora
con los impuestos de la ciudad, (la ley decía que, en este caso, al infractor
se le suspendían sus derechos ciudadanos hasta la cancelación de la deuda, la
misma que usualmente heredaban los hijos). La oratoria era uno de los primeros
requisitos para ser elegido magistrado. La oratoria es el don -como dice Sócrates
en sus Diálogos con Fredo- de llevar el alma a través de la palabra, para
-entre múltiples usos- discutir, ahondar desde varias esquinas y convencer a
los miembros de la asamblea de las bondades de una nueva ley; y por ello, las
magistraturas y el gobierno quedaban otra vez en manos de las capas de arriba.



La repartición de tierras -en manos de los nobles- se dio cuando los habitantes
del Ática fueron tantos que las pequeñas parcelas no pudieron satisfacer las
demandas de alimentación de las diez tribus en que dividió Clistenes Atenas,
por lo que muchos habitantes emprendieron de nuevo el camino de la migración
hacia otras regiones como Córcega, Calabria, las ciudades ubicadas en los
deltas del Nilo, en las grandes ciudades de Persia -donde fueron mercenarios o
abrieron sus negocios; en tanto sus familiares en Atenas debieron pagar nuevos
tributos al obtener el título de propietarios de tierras. ¿A dónde iban tales
dineros? ¡A las arcas del estado, donde sus magistrados
y
administradores eran
los nobles que repartieron las tierras
, pero no las aptas para los
cultivos, que eran escasas, sino los lugares rocosos y secos, donde crecían pequeños
arbustos apenas!
Debieron pasar algunas décadas más, surgir otras condiciones geoeconómicas
para avanzar en la construcción de las bases del estado y de la democracia en
Atenas



En el 466 A.C., los demócratas creyeron que había llegado el tiempo de
hacerse con el Areópago, institución conformada por rivales de la oligarquía.
Encabezados por Efialtes,
un noble con grandes negocios dedicados a la importación de cebada y dueño
de minas de oro en Calcedonia, emplazó a los ciudadanos a
rebelarse
contra el
gobierno de los conservadores -que estaban más de una década en el poder. Convocó
a una asamblea popular y pide en el pleno la rendición de cuentas de los
miembros del Areópago, acusado entonces de actos de corrupción. Uno tras otro,
los nueve miembros de dicha magistratura -bastión de la aristocracia- desfilan ante
los ciudadanos informando sobre sus labores. Los campesinos escuchan -no sé si
con atención las exposiciones. Efialtes tomó después la palabra. Era el mejor
orador de su generación. Argumentando que las cuentas fiscales no estaban
claras, pidió la renuncia de todos los miembros de tal institución. Los
ciudadanos estuvieron de acuerdo con la iniciativa, pero antes de alzar sus
brazos, quisieron saber qué obtendrían a cambio. El partido demócrata ofreció
subsidios al precio de los cereales y bajos tributos a los propietarios de
tierras: las magistraturas y cargos del gobierno de Atenas fueron entregadas de
nuevo a la oligarquía; mas, cuando la multitud se alistaba a abandonar el Ágora,
pidió la palabra un hombre sencillo -que debió saber de qué se trataba esto en
el fondo, (Sócrates no lo menciona en la
Constitución de los atenienses. Plutarco, en
Vidas Paralelas dice que era "un campesino de nombre Fridias") y exhortó
a la asamblea a limitar de una vez los excesivos poderes del Areópago,
ofrecimiento de Clistenes siglo y medio atrás. La propuesta provoco la euforia
y aceptación inmediata del pueblo que, luego de acalorados discursos y maratónicas
sesiones pasó a convertirse éste en un organismo sin poder de decisión y
reducido a juzgar los crímenes en la ciudad. 



Este fue un punto importante en la evolución de la democracia, porque al carecer
de atribuciones importantes el Areópago, la Asamblea comenzó a discutir la creación
de otros organismos del estado, como la justicia, lo militar, la tesorería, que
en adelante podían deliberar entre sí, pero de ningún modo ir contra los
grandes intereses de la nación. En cuanto a los clanes económicos de
Atenas, si bien estos perdieron un bastión donde manipulaban
a voluntad las riendas y dirección del gobierno, en adelante,
ambas facciones -demócratas y conservadores- debieron aprender a consensuar, a
ser tolerantes con la oposición, a cabildear entre ellos, a medir fuerzas y
alternar en el gobierno. El camino para el surgimiento de la Edad de Oro
estaba listo.














 "The Death of Socrates"
by Jacques-Louis
David (1787)






Un año después de tales resoluciones, 461 a.C., Efialtes fue asesinado por
miembros de su partido y en su reemplazo la Asamblea designo a Pericles, otro
de los hombres más ricos de entonces, para tomar las riendas del gobierno. El
fue un Amante del teatro, costeó el montaje y representación de Los persas, de
Esquilo. Rodeado de las mentes más lucidas de entonces, Fidias, Aristófanes, Anaxagoras,
Sófocles, Eurípides, Heródoto, el historiador, convirtió a Atenas en centro del
pensamiento y de la creación del mundo occidental de entonces. El comercio se volvió
dinámico, las construcciones en la ciudad se multiplicaron, muchos griegos del extranjero
regresaron para inyectar capitales con sus empresas, las ciudades vecinas -a acepción
de Esparta, fueron sometidas bajo su control y ello trajo consigo nuevos
ingresos tributarios, la escritura de la primera Constitución en la Asamblea
avanzaba de modo rápido. Las fuentes de trabajo -sobre todo en el ejercito- se
multiplicaron y pareciera que ello marcaba el origen de la nación perfecta, que
pronto, después de inundar las ciudades vecinas con sus productos, fruto del
crecimiento y fortaleza de las empresas y negocios atenienses, se hizo imprescindible
lanzarse a la conquista de nuevos mercados; solo que al frente estaba Persia,
el reino que por aquellas épocas alcanzó el mismo esplendor económico de los helenos,
y ambos vendrían a enfrascarse en un conflicto armado que duro más de un siglo,
hasta que las rutas del mediterráneo quedaron abiertas para  los griegos.

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