miércoles, 22 de agosto de 2007

EL ARMADOR DE RELOJES

by Rafael Marcelo Arteaga,

Primera edicion 1995, segunda edicion 2004























EL ALQUIMISTA


Si el tiempo está determinado por su nivel de expansión
y el ritmo, por tanto, es parte de nuestro ritmo,
armar un reloj sea tal vez el intento de unir
de partes de una misma materia en una corriente:
él está convencido de ello y así lo registra en sus apuntes.

Allí consta el poeta de los dioses olímpicos,
la voluptuosidad de los atletas,
el guerrero que poseía el arte de la adivinación
(amenazó a Krisna con revelar sus secretos,
incendió los templos mas, al huir, olvidó la espada
y acabó como esclavo en un puerto de Arabia),
el porquerizo nombrado gobernador en las tierras del sur,
el inquisidor que pedía a gritos la muerte
y la muerte huía de él,
el Inca, cuyo error fue ganar
una partida de ajedrez a sus maestros:
completó el rescate para evadir su condena,
pero al siguiente día fue bautizado con otro nombre
y se le cambió la sentencia del fuego por el azote;
aquel devoto en Carondelet que ordenaba a sus hombres
disparar a los mendigos –protegiéndose del frío
y suplicando comida a las puertas del gobierno,
el prestamista y sus ganancias,
la palabra que nombra al río
y es el río de las inundaciones.

Nada cambiará el curso de hechos que hasta hoy
dejamos sin solución, él sabe más que nadie;
observa a los niños jugar distraídos en las calles,
escribe algo al pie de las páginas,
y solo deja de hacerlo cuando la tarde
se arrima a los girasoles; entonces da cuerda
al reloj y lo arroja al vacío.



NAZCA


Tú que observas las estrellas y quieres ser inmortal,
¿cómo puedes sentirte seguro
si aún no has descifrado sus enigmas?

Tu casa muestra cómo estás en el mundo
y si no lo has comprendido, de nada sirve
mirar atrás o acercarse a las estrellas.



EL RELOJ


Los que tienen las manos llenas de libros
y no pueden ser felices,
los que acaban sus días en las minas de cobre,
como esos insectos alrededor del fuego,
cuyas vidas se extinguen antes del salir el sol;
los quipus y las piedras de Ingapirca
que vuelven al polvo para enseñar
a los que vienen la fragilidad del recuerdo,
lo que halla el buzo bajo el agua
y lo que el poeta busca en los libros antiguos.

Los caseríos donde no llega el tren
y sus habitantes lo ignoran,
los semáforos que dividen el mundo
en compartimentos individuales,
la tarde que se cubre con hojas secas
arrastradas por un dios olvidadizo
y menor que ama la desolación,
el movimiento perpetuo, la fecundidad.

Distinto es el tiempo en los relojes de los hombres.



LA BÚSQUEDA














 


Escribí la migración de las tribus
con el lenguaje de los símbolos
porque en ellos está la esencia divina,
cuya clave es ajena a las palabras,
e infinitas sus combinaciones.

Más tarde, acusado de espía,
me refugié en el puerto con el emblema
de mi nuevo dios: el número que,
como el verbo absoluto,
multiplicado hasta el infinito
daría la clave del Equilibrio.

Tantas noches alimenté el fuego
con mercurio, azufre y sal
hasta fraguar mi piel con el oro.
La concepción coherente del universo,
el triple aspecto de las cosas,
el haber sido y el ser
que es uno ante mis ojos,
investigué en mi laboratorio
mas, mi búsqueda fue insatisfactoria.

Quemé los libros y me uní a las caravanas
que cruzaban el desierto.



EL PRISIONERO


De pie, junto a los hierros de la ventana,
yo observo la estabilidad de la horca,
el humo de los maderos agitando el fuego,
mientras las campanas de la iglesia
ordenan al pueblo salir a la plaza.

Ellos iban a conquistar el mundo,
sus mujeres revisaban cada día
la lista de sus muertos en los obeliscos.
Los vi abrirse paso en las montañas
con todo lo que adquirían en el camino:
amuletos contra el desdén y la peste,
armaduras, interiores femeninos que en la soledad
de las trincheras aspiraban con lujuria.

A su paso fundaron las ciudades.
Largos años de destrucción no fueron
suficientes para caer sus murallas,
levantaron las tumbas a sus héroes,
abrieron las fosas comunes para la tropa
y los mendigos enfermos con fiebre en los portales;
luego, escribieron sus libros.

Pero el futuro no es privilegio de nadie,
no pudieron detener el tiempo con sus relojes
y cayó el olvido: esa última carta oculta para los hombres.
Algunos quisieron volver a sus tierras, pero estaban
viejos y los senderos habían sido reforzados;
a otros, en cambio, las mujeres de aquí
les dieron hijos para extender sus dominios
y el nombre, no el idioma de los débiles;
llegó el sueño –con sus flores secas
y la vegetación cubrió esos edificios
hechos para la eternidad.

Entonces me llamaron.
-Tú eres nuestra fortaleza-, vociferaban,
golpeando con sus manos un libro.
-Tú eres nuestro escudo.
Vivimos tus palabras, esperamos tu recompensa.
Y arrojando el reloj bajo la cama,
abrieron caminos a la muerte,
mientras gritaban a los cielos haber engendrado vida.

-Aleja nuestros enemigos e impón tu voluntad en la tierra-.
La sangre del carnero bajaba desde su pecho
al recipiente para beberla el sacerdote,
luego los soldados; la multitud
apretaba sus amuletos, obstinada en creer.

Pero, ¿cómo podía yo ayudarles?
¡Cuántas frases –indispensables en un momento–
se extraviaron antes de llegar a la lengua!
Procrear no es suficiente contra el olvido,
es preciso romper las hojas
que se han vuelto escarabajo en la memoria.
-Mi tiempo no fue hecho para orar-, les advertí.

-Prepararemos tu caída-, sentenciaron
al escuchar mi voz. –La vida nos fue dada
una ocasión, sin saber lo que existe luego.
Cada sueño es una muerte menos,
y la edad un reloj
que se impone a nuestra condición de mortales.
Es inútil cerrar los ojos para evadir al tiempo:
no pasarás del fango a tierra firme
cuando nuestras súplicas naufragan en la selva.

Ahora vienen a llevarme y, como los demás cautivos,
en un instante de mi caída recuerdo todo mi pasado.
Soy yo.

Desde otras aldeas vienen a atizar los leños
mujeres de rostros delicados cubiertos con velos,
bufones que han visto en el espejo sus cuerpos de perfil;
mientras avanzo entre murmullos e incienso
que aleja el mal olor de los mendigos a mi paso,
en una de las torres, alguien desarma el reloj.



EL HUÉSPED


No busques en combinaciones de números y de letras
la revelación del Equilibrio, porque antes estoy yo.
Lo supieron los Mayas al ofrendarme el corazón de sus prisioneros,
lo supo el alquimista, oculto en su laboratorio con recetas,
fantasmas y lo saben tus huesos: el principio y el fin
es un mismo río en el que yo permanezco y me renuevo.

Recuerdo al Hebreo ofrecer un reino sin mí,
un rey, inclusive, ordenó a sus hombres prevenir mi llegada:
no pudieron verme con sus lámparas, mas los perros
que iban tras ellos enloquecieron al sentirme cerca;
dejaron de buscarme y al volver a sus camas
yo amé la monotonía de sus cuerpos.

Ahora eres mi huésped. Hablemos de los hechos
que no fueron escritos y que yo fui testigo,
no interesa las letras del principio único, la Cifra,
cuyos números son infinitos: éste es tu instante.



VIAJERO















 

Estas columnas rotas y aquel cráneo pasmado
con la humedad de la tierra, te señalan el camino.
Los días dejados atrás son inútiles,
como las hojas de un calendario viejo
colgado de la pared.
Y no digas, al fijarte en él: hoy la vida es otra,
que ésta desde hace mucho avanza a un ritmo,
igual el tiempo: es el mismo de siempre.



LA JUGADA


a Alan Coronel


El tiempo, no el azar, asoma en el tablero
y las piezas, inmovilizadas por el laberinto,
aguardan la decisión.

Vemos el reloj en un sitio
que no lo alcanzamos, el Partenón, los castillos,
un rey -prisionero del oro- ante la hoguera
e imprescindible para el transcurso: la jugada.



EL ARMADOR DE RELOJES


“¿Será aquella ciudad hundida en el mar?”
Galileo Galilei









 

Allí, con tanto miedo a la muerte,
no dejaban de matar,
con el dolor purificaban sus almas;
dieron nombre a los objetos,
a esto balde, a aquello mujer
con muchos hijos para la guerra.

Con el reloj en sus manos
no supieron qué hacer,
les pareció demasiado tiempo
ser felices y en un minuto
cuanto lograron con esfuerzo
lo destruyeron, luego mirándose
las caras, estuvieron quietos.

Aquel día su mundo comenzó a reducirse.
De las inmensas ciudades hubo apenas
un pueblo; de las grandes avenidas,
un callejón. Las palabras igual se extinguieron:
una bastó para nombrar todas las cosas.
El sol empezó a irse temprano
y a amanecer muy tarde.

En el pueblo había una casa
y dentro de ella un hombre,
quien luego de muchas dudas
se metió en la cama evadiendo
las ideas que, de pronto, venían
juntas y no alcanzaba a responderse.
Igual sucedió con su cuerpo:
un brazo, un pie, un dedo asomaban,
la mitad de su cabeza
con un ojo en la frente;
tenía un segundo y no pudo
llenarlo con sus necesidades.

Y se puso a esperar. ¿A quién?
El libro no lo menciona.
El espejo mostraba a un hombre
en la hoguera, la decapitación de los dioses
antiguos a manos de los nuevos
y no vio volver al viajero
que hace mucho él mismo condenara.

«El tiempo no cuenta el número de muertos.
Al que esperas no vendrá
porque él siempre estuvo aquí».
Le advirtió, antes de ser chamuscado;
mas como la muerte acaba con uno
y no con todos los hombres,
él continuó por el mundo
llevando consigo las piezas del reloj.
Allí está registrado el diluvio,
los tres principios de la revolución,
los acuerdos de Ginebra, el holocausto.

Cuando él volvió, la única casa del pueblo
permanecía a oscuras.
«Ni siquiera te visita la muerte», le dijo,
y se puso a armar el reloj.
Del bolso sacaba las piezas e iba
acoplándolas una con otras,
hasta conseguir la armonía:
el movimiento de la manecilla delgada,
luego el minutero y el consiguiente tic tac
sacudieron los cimientos de la casa.
Un murmullo se extiende por las habitaciones,
prenden las luces, abren las puertas
e intentan la primera palabra
con la asidua convicción de poder separar
el tiempo de la realidad y la vigilia.

Afuera los niños se divertían jugando
a contar los números del reloj en el pueblo;
luego nadie supo de aquel hombre,
algunos dicen que anduvo por la Guajira
prediciendo el porvenir, otros –en cambio–
creen haberlo visto de minero en Potosí,
(en esto nadie se pone de acuerdo).



LECCIÓN DE HISTORIA


El mundo da vueltas
como un disco rayado
en un viejo tocadiscos
en un viejo tocadiscos
en un viejo tocadiscos
en un vie…
Su dueño, en la oscuridad,
lo desconecta
y sigue durmiendo.



NIKOS KAZANTZAKIS


Quedó apenas su nombre en una calle de Iraklion,
dos o tres libros suyos en la biblioteca, y yo.
Ahora otros ocupan las sillas del bar,
hablan los mismos temas y escriben, como él.

La muerte de alguien no significa
un cambio en los sucesos del mundo.
¿Quién, me pregunto al verles trabajar
con entusiasmo sus obras,
permanecerá en el tiempo de los otros?

Guardaré silencio. Hablar de posteridad
es hacer un discurso a los gusanos,
porque el tiempo no tiene memoria.



LOS FESTIVALES



















 



Un comerciante naval de Creta, a principios
del siglo XII, decidió volver a organizar en los patios
de su castillo los festivales de la tragedia,
para extender el prestigio de su nombre en la isla
y, en parte, subir los ánimos de su hijo primogénito,
entregado a la pasión de las letras, luego
de malgastar su herencia en los burdeles de Roma.

A muchos participantes, que sabían de antemano
quién iba a recibir la corona de laurel, les bastó
ver sus nombres escritos en las paredes del teatro
a la clausura del evento; otros –en cambio-
estaban de acuerdo con la oferta de recibir
una moneda por cada verso bueno
y un latigazo por aquél que irrite al comerciante.

Algunos hambrientos fueron allí
con sus escritos bajo el brazo
y abandonaron el escenario por la puerta de atrás;
felices o atormentados,
ello dependía de los dracmas en sus bolsillos.



LA CONSUMACIÓN


El filósofo acusado de pervertir a la juventud,
los alquimistas medievales,
cuyas obras no constan en los archivos,
o los trasnochadores de los cafetines de París,
conocieron su nombre.

La fatigosa escritura de los libros, que es uno,
los días del agua en la corriente del río
nos muestran su imagen cuando la lluvia
aplaca el espasmo de la ciudad, va por la calles
y el Partenón cae, porque no puede
suspenderse más en nuestras cabezas;
observa en la plaza la agonía de brujas y sabios
condenados a la hoguera, mira las piezas
del tablero y sabe que en la próxima jugada
el río -atribuido a Heráclito- y el espacio
llegarán a la consumación del tiempo.

Desde el espejo, sin otra visión
que la de un hombre a un paso del sueño,
alrededor de las ruinas, donde se escuchan aún
los gritos de los prisioneros de guerra,
él arranca las páginas carentes de verbos,
lo definitivo, lo que hay en las relojerías
destinado a ser eterno: abre las puertas del laberinto
y vuelve a casa con el saco lleno de muertos
que no conocieron su imagen.



NOVIEMBRE DE 1991


No comprendió la ley de la caída de los cuerpos
o la imperfección de la vida reflejada en el río,
no intentó cambiar el mundo con sus libros
al descubrir la inutilidad de las palabras.

Sólo quiso sobreponerse al horror de caer
de nuevo en un mismo espacio de la historia
y no tener un signo particular frente al olvido;
sus huesos dan constancia de ello
desde una fosa común en las afueras de Lima.



EL CIEGO



















 



No tiene perro, ni hija que le guíen.
Llega a la ciudad palpando las murallas
siguiendo el olor del pan recién sacado del horno.
Todos le conocen: cantará el fragmento
de un poema a cambio del hambre.

Él sabe que en el pan
y en el canto están los dioses.



EL LIBRO DE NOMBRES


“…en los archivos se halla registrado el nacimiento de José Illiquín,
hijo de Tomás Illiquín y de Rosa Cacuango, naturales de Jatuntaqui…”


El domador, mirando sus ojos en los de la víbora,
el ahorcado por un aprendiz de verdugo,
el que profana las tumbas, roba sus pertenencias
y luego desordena los huesos para no ser perseguido,
todos están en mí.

Vivir con las palabras, o acabar uno en ellas.
Aprender a decir tengo hambre
o no decir nada al final, porque la vida
la obtuve con el precio de la muerte.

Cuando voy al arroyo veo en el fondo del agua
los gusanos engrandecidos con el mito del retorno,
lo aprendí de mis padres muchos antes
que los sacerdotes se ofrenden a Dionisio
durante los festivales de poesía,
o, en medio del océano, los reos pidan la cabeza
del genovés, al perder la ruta de las especias.

Mis extremidades flaquean, pero sigo buscando
convencido de mi parentesco con ellos.
Me dieron el tiempo de sus relojes, y éste se enreda
-igual que una serpiente- en las palabras.
Las letras borrosas y aquel olor a piel de gato
en las hojas, confunden los nombres del registro;
no sabrán que su caída fue el prólogo de mi caída,
que yo soy la continuidad de sus días y ellos
el sueño discreto de los objetos
que se ocupan de pertenecer al universo.

El fuego de años lejanos no les dijo a ellos
más de lo que me dicen hoy las fotografías.
Sus nombres en los registros confirman su paso
por aquí, igual sus huesos en estas tumbas.
¡Ah la armadura con que se presenta la soledad
luego del orgasmo! Y aunque es difícil
imaginarlos caminando por estas calles de tierra,
atrapados en esos años de inmóvil oscuridad,
luego de leer una novela, o al sentir el bullicio
de los pescadores volviendo alegres al puerto,
sé que ellos no fueron menos felices
ni más miserables, como yo en estos momentos.

Necesitaban creer en algo, y creyeron
hasta la idolatría. Yo cambio mi pata de conejo
por una tarjeta de crédito y me siento menos trivial.
Satán fue ingenio de los egipcios que mantuvo
a los hebreos bajo control, los gladiadores
complacían al público de los coliseos haciendo
el amor con los cristianos: los hombres
se enferman de pasión, de vida, de ese último sueño
que nadie nos garantiza otro día.

Ahora que perdí la cifra del libro
necesito saber mi nombre.



PIEDRA Y ARENA DE RELLENO
En todas partes el hombre se esfuerza por mantener recuerdos, aunque no siempre son los mejores. El Templo de las Serpientes, las pirámides de Teotihuacan, la fortaleza de Macchu Picchu: fueron grandes en su época y se ufanaron de ello; hoy nos quedan estatuas sin brazos o sin rostros, jeroglíficos con mensajes para el próximo milenio, junto a otros rezagos de la primera edad, con los cuales el tiempo aún es compasivo.

Recuerdo en mi parroquia haber visto renovar la iglesia con mingas de campesinos. Al frente hay un muro de piedra con esta inscripción: «Jatuntaqui, 1656, siendo cura Don José Benítez, se levanta en honor a Dios nuestra capilla». Para ganar algunos años al tiempo, los albañiles trazaron con cinceles de acero sus nombres: Vicente Imbaquingo, Jesús Muenala, Alfonso Cushcagua, Luis Cabascango y otros que la piedra ha olvidado, pese a que en la parte superior del muro hincaron una cruz.

Sigo buscando en la pared y sé que entre los devotos también estuvieron mis abuelos, pisando el lodo de los adobes, tallando el roble para crear dioses hermafroditas que vieron multiplicarse las cruces del cementerio, como los gritos de las madres trayendo más obreros a la obra. Incontables son los ladrillos de los cimientos y las paredes en esta iglesia, innumerables son las baldosas del piso, así son mis muertos: su gloria ilumina a través de los siglos, igual que un cigarrillo ilumina la noche.



ATARDECER EN LA CIUDAD


Deja que la lluvia desacredite al fuego,
que provoque aluviones y lleve al mar
esos árboles irritados con el desfile de la luna,
esos pájaros melancólicos esperando su caída,
que hiera a la gente escondida en los portales
y a los que corren de un lado para otro
en esas calles hilvanadas de impaciencia.

Como la cola de un astro acercándose a la tierra,
como un libro, cuyas hojas arden
con fuego y con palabras,
que se enamore, que se adueñe del mundo
y no permita atrasarse la muerte
a esas sombras esperando el regreso,
a esos gritos que se fraguan con la noche,
a esos libros como polvo.

Ella te enseñará que cada segundo
es el eslabón del siguiente,
y en cada uno de ellos
el mar es un nuevo mar,
que toda la vida de un hombre
-al perderla en un segundo- basta
para saber lo que somos.



Y EL MUNDO SIGUE ANDANDO















 

Camina tras su sombra luego del trabajo,
mira al reloj y se detiene.
Al frente suyo, obligada a leer la historia,
el Rubaiyat o la Divina Comedia,
sentándose tres veces al comedor
para saciar el hambre,
la vida sigue.

Los barcos zarpan cada segundo,
nadie sabe cuántos
pero no siempre vuelven todos,
se rescatan héroes y monumentos
o en su lugar se erigen nuevos,
se recibe una llamada a media noche y se teme,
se despliega la tecnología en busca del edén
que jamás conoceremos porque no nos pertenece.

En las casas alguien contabiliza sus ganancias
y teme a quedarse dormido,
alguien decide marcharse sin dejar huellas
que obliguen al regreso,
alguien es torturado y no entiende su condena,
alguien lee la Biblia y gimotea y acusa,
alguien ajeno a la prisa del mundo muere
mientras otro a su lado trata de conciliar el sueño.

Se inundan en la minuciosa combinación
de palabras y de números para saber todo,
hacen el amor a media luz y bien corrido el seguro;
huelen a muerto bajo sus ropas recién lavadas
pero confían en el regreso del dios
que los reivindicará con el tiempo
porque desde hace siglos
no comen frutas silvestres ni pasto,
no necesitan la primavera para aparearse,
se revuelcan en las cloacas
y patalean por su derecho a existir,
son útiles ahora y saben
que mañana serán reemplazados,
aman los mismos animales domésticos
-o comestibles, temen a los mismos dioses
o se cobijan bajo sus sombras,
y frente a ellos la vida, lo mismo que un tren,
se detiene en cualquier estación.

Desde hace siglos la muerte se hospeda aquí;
disfrazada de mendigo va por el muelle
buscando un salón donde embriagarse en paz,
segura de que sus prisioneros
no cruzarán el puente entre insomnio y el reloj.
Los minutos se consumen y caen al abismo,
hay estatuas con sus espíritus gangrenados,
cines llenos de mercachifles y borrachos,
cuyas navajas hablan más que sus bocas;
el amor, entonces, fiera agazapada
entre el espejo y el agua,
sala a los ojos de cualquiera.

He aquí las horas de esta manga de fotógrafo
que nos muestra los métodos del suicidio:
la política de no agresión y ayuda mutua,
los cuerpos sin nombre en la morgue,
las conclusiones freudianas,
la influencia del los astros en el ritmo sexual,
los nuevos cristos para el altar mayor,
las sentencias de Nostradamus,
la revelación de los muertos en los sueños,
las compañías aseguradoras,
los centros de domesticación colectiva,
la lucha contra los excesos del hambre,
las predisposiciones del horóscopo,
los papeles en los baúles,
-lo mismo que una vieja en los balcones-
cuidándose de los niños y del futuro.

Sus días no conocen el diluvio,
ni sus palabras.
El tiempo no es sólo tiempo
ni la muerte el paro cardiaco.
Pensar…pensar, piensa todo el mundo
pero pocos aciertan.
Hay mucho camino a lo largo del día,
almas cálidas tras un nombre en las páginas del libro,
mientras yo odio estas palabras,
incapaces de ser otra cosa.

Pero Inés también tiene preguntas.
Ignora el ruido de los autobuses,
ignora su vida, aunque sabe que está muriendo.
Ingresa a la habitación, vuelve la mirada
al espejo y ya no le asombra la imagen
que tantas veces pretendió descubrir.
-Hoy es el pasado de mañana-, lo admite,
y apaga la luz.



EL REFUGIO


Las palabras son frías y equilibradas,
la habitación es amplia.
La impresora, el cenicero, las fotografías,
-ubicadas en sitios estratégicos,
un óleo de Guayasamín junto al calendario,
el manual de computación y tantos cachivaches
llenos de tiempo y de calces,
creados desde el inicio del lenguaje
para un ensayo de la existencia.

Este es el refugio. ¿Y tú dónde estás?



LA LUZ A TRAVÉS DE LA CERRADURA


Siente la soledad del que piensa en mañana
como un día de logros
y se duerme frente al televisor encendido,
la soledad del astronauta que volvió a la tierra
para confirmar que Dios no existe
porque no lo había visto allá arriba,
del que hizo méritos para ascender
y no llegó ni a jefe de su casa,
de las mujeres que cierran las cortinas
para ver en el espejo sus carnes cada vez más flácidas,
del retórico que se dedica a la novela
porque el mercado poético no es rentable,
del que reduce su cabeza
al no tener otras a su alcance.

La soledad del niño que se rebela al mar,
del anciano que no te conoció y vive en tinieblas
rumiando los hechos simples del día,
del que consagra divinidades a la prostitución
del que observa la ciudad bajo el aguacero
y de aquel que, atemorizado por un sueño
de la noche anterior, cambia los anillos de sus dedos
pero igual, al otro día amanece muerto.

Siente la soledad de los pueblos
donde todo está por escribirse
o es muy tarde para los libros,
donde hay tantos cuerpos buscando su historia,
irritados frente al reloj, convencidos
que el mundo empieza y acaba con ellos;
tal vez no puedes quebrantar las leyes del universo,
pero tienes la palabra, lo mismo que tu cuerpo
y debes averiguar su poder
con toda la energía del amor por la vida.



EZRA POUND, PRIMER VIAJE A VENECIA



















 


¿Qué libro no fue ya escrito y luego ardió en Alejandría?
Antes de tú, ya estuvo la palabra
y entró donde no había árbol ni mar.

Ahora estás aquí y dudas de tus pasos sobre la tierra,
de tu voz en los laberintos de la escritura,
mira el rostro de los muertos
y se te hará clara la vida.


LA SOMBRA EN EL AGUA


Veo las calles y no son las mismas de ayer,
voy al puerto y el puerto hay otro mar.

Soy nadie, es cierto, y no me esfuerzo
en permanecer en la memoria de los otros,
mi nombres es tan simple como los demás,
hago la siesta luego de comer cerdo,
guardo en mi bolsillo un diente de ajo,
camino con la luz o bajo la noche
y admito que los dos son indispensables.

Cuando el sol es atrapado por la serpiente
al mundo llega la soledad:
yo busqué la compañía de una mujer
y mi cuerpo ama su juventud,
aspiro el olor de su piel y me doy cuenta
que nada debo envidiar a los hombres del pasado.



EL TIEMPO PRESENTE


Uno es el que asoma en el espejo
y otro el que envejece fuera de él,
disgregándose y ablandándose de nuevo.
Uno tiene la visión de la corriente,
y otro, como un crustáceo en al arena,
lleva consigo casa y tumba a la vez.

¿Qué es el tiempo cuando es presente?



EL VIAJE

a Danny


Escucha mi voz junto al mar:
nada es tuyo bajo el sol del mediodía,
llegas desnudo, construyes tu casa,
envejeces y te vas pronto de aquí.

No lamentes los hechos perdidos en el tiempo,
no temas a los vientos del otoño
ni al invierno con sus noches largas,
ve a donde debes ir,
que la vida seguirá siendo un misterio
aún después de ti.



AUTORRETRATO




 














La luz será tu prisión,
¿quién te negará ese derecho?
Los girasoles y tu oreja
son el precio de la inmortalidad.



LA INSPIRACIÓN TOCA AL POETA


Pobre bufón, con el estómago vacío
y sin trapo alguno para protegerte
en momentos como estos.



MANTA, 1988


Desde otros pueblos que no te conocen,
desde otros brazos que esperan mi regreso
te entrego mi juventud
que no ama sólo un sitio o una noche apenas.

No me niegues hoy la ciudad
que no puedo volver y acógeme en tus brazos
como al viajero que perdió su mochila
y busca en estas calles
recobrar energías para seguir el viaje.



ANOTACIONES PARA EL SÉPTIMO DÍA


Los que se oponen al aborto y a la caza de focas,
los que no se suicidan por miedo al dolor,
los que nos vigilan tras los postigos con sus ojos de búho,
los nostálgicos por Gardel,
los que perdieron de vista a las oscuras golondrinas,
los nacidos con cola de puerco,
los poetas de la rosa, del buen vino y la cama caliente,
los que vieron en Marx a un profeta de temporada
e hicieron amor como de costumbre.

Los oscuros inquilinos de las casas coloniales,
donde los niños se contagian con la enfermedad de los muertos,
los profetas del desastre en bata de dormir
(que son también envidiables coleccionistas de prendas femeninas),
los que confunden amor propio con masturbación,
los accionistas de los buques negreros
OCCIDENTE ABRE SUS PUERTAS AL LIBRE COMERCIO:
exóticas filipinas, tailandesas, mininas brasileñas
se importan legalmente al mercado: ellas reciben
de migración la visa de artistas, y los tratantes de manager.

Los que gobiernan con los pantalones bien puestos,
los que compran un metro de paz alrededor de los misiles,
los que quieren volver a la naturaleza
pero ninguno a pie,
los que quedan fuera del juego por un corte en la yugular,
los anestesiados la lengua,
que es igual a tener mucho yodo en el cráneo
o estar viejo hasta los sesos.

El guillotinero (que hace mucho dejó su cargo público para prestar sus servicios en instituciones benéficas; no se pensiona pues de guillotinero, sino de trabajador social),
el que come mierda agachando la cabeza
y mata su hijo a puntapiés,
el que se muda a diario de camisa y corbata
y -de acuerdo a la luna de calzoncillos,
los que tienen suficiente de ser
parte del rebaño guiado por un perro,
los quijotes y las dulcineas que buscan a Cervantes,
los que gobiernan con el cerebro o las nalgas
-nunca con los puños,
los que tienen asegurado el futuro con sus cuerpos,
los ratones de biblioteca tras un libro clave,
los que acaban sus días en los botaderos de basura,
y en general, aquel que roba niños, corta flores
y observa complacido como el fuego las reduce a cenizas.

¡Ah del mundo, si Dios no hubiera descansado al séptimo día!



CUMPLE(AÑOS)


No sabes a dónde te llevan ni qué quieren,
te recuerdan a cada paso que están aquí,
mirando la imagen que ocultas al espejo;

el día que tú los ignores,
ellos harán lo mismo contigo.



CAMINATA


a Jorge Procel













 

Los libros están llenos de nombres que en su época
/fueron temibles.
Los pasajes del cementerio y las bibliotecas
-que es lo mismo, tienen ese olor a gato enroscado.
Mira entre las hojas secas de los árboles
los cuerpos de ratas y pájaros en descomposición
-que sin saber quienes descansan allí, se atrevieron a pasar
/ sobre las tumbas,
y mientras caminas, no te preocupes del tiempo
que el color de los huesos impide llegar la noche.

Yo te diré –uno a uno– los nombres de mis huéspedes.
El dueño de aquella fosa encendió las lámparas al mediodía
y fue por las calles hasta la plaza mayor gritando su nombre.
A éste, los de su tiempo, oficiando la ceremonias
de inmolación, le vieron volverse inmortal;
en el reino de aquél, cuya imagen fue endulzada
por la buena fe del artista, nunca se ocultó el sol:
alzando firme la cruz, castigó a los herejes
mientras sus barcos, con el oro del rescate,
fueron saqueados en el mar.

Aquél trató de llegar a la revelación del cosmos
para manipular el tiempo, que no se mide
con minutos o años, sino con hechos:
separó las ciencias del hombre
para convertirla en religión de pocos
y el incesto de adelantó al futuro en una nave espacial,
cuando los demás -a duras- penas avanzaban a pie.

El dueño de esta fosa, fastidiado con los ahogos
espontáneos de las musas,
probó las flores del opio y del aschis
y no pudo amar el mundo sino con desprecio.
A éste le llamaron elvictorioso
a aquél elferoz,
a éste elhumilde,
a él elburro:
estos son tus fantasmas,
hundidos bajo el guano de los murciélagos
y también en la memoria.

¿Quién los volvió indispensables
en los cólicos de la humanidad?



EL POETA


Herido, igual que un puma ante el hacha del leñador,
golpea con rabia al espaldar del asiento,
mientras llega el tiempo de la inspiración.

«Estoy acostumbrado a vivir en medio de libros,
cuentas por pagar», escribe en un diario,
«lleno de trapos y más cosas vanas,
deslizándome en mi saliva para avanzar.
¿A dónde con tanta sabiduría en conserva?»
Pregunta a su reflejo en las ventanas del tren.
«Cubro la noche con mi odio
pero soy un desdichado;
mi palabra es lo único que pesa.»

«Cierra la puerta y lanza las llaves al fondo del agua.»
Escucha otras voces desde la comodidad de su asiento.
«He visto el cuerpo de aquella mujer
y puedo decir que era otra.»

Recuerda que el tiempo deshace los relojes y la memoria,
sin percatarnos siquiera de ello, y ese cuervo picotea
en su cráneo hasta salir del primer verso
y desplomarse – luego – rendido ante el sueño.

«Hay palabras que no caben en la boca.»
Medita al despertar, mientras llega el tren
a la estación, y él se aliste para volver
al fondo de las nuevas urbanizaciones,
con sus raquíticas ideas de la privatización del estado,
la obra como metáfora epistemológica
y un libro raro en sus manos
-que no hay obra inútil para leer-:
cómo dárselas de experto en sexo.



NOCHE ANÓNIMA


Desde hace mucho tiempo que nosotros gritamos.
Drummond de Andrade


Vago entre los muros de una ciudad medieval
extraviada en el siglo veinte.
En mí brilla el deseo,
casi nada en los ojos de la esfinge.

Trato de sobreponerme a la prisa de la ciencia,
a los estertores de los vagabundos bajo los portales
volviendo la vida fácil con aguardiente y marihuana.
Envejezco, lo mismo que estas palabras,
sin poder huir de los seres bajo mi piel,
cuyos nombres ignoro y me retienen en la soledad.

Un perro fija sus ojos en mí,
yo voy más a prisa en medio de los callejones,
pero el olor de su piel ya está en mi boca.
Grito mi nombre a la esfinge,
golpeo las puertas para que alguien responda;
sólo mi eco se escucha tras el perro
que olfatea la muerte
y alza su pata en los portales.



EL OTRO MAR


Cuando los pescadores vuelven a casa con pargos
y langostinos para la cena, tú vienes también con ellos
deshaciendo las siluetas que provoca la niebla;
dejas de ser eterno y caminas en silencio por el puerto.

A tu paso los hombres envejecen, mas ninguno se da cuenta,
otros copulan bajo las sábanas y luego de persignan:
forcejeas las cerraduras disfrazado de gato melancólico,
de comprador de sexo frente a las iglesias.

¡Oh espléndida hora que señala a los niños
y animales primogénitos su caída!
Apenas se escucha el aullido de los perros
y los pasos de una mujer cansada de esperar en la esquina.

Tú que has visto a las tormentas destruir los puertos
y las patas de un perro joven hundirse en el lodo
con su entusiasmo saltando tras los cangrejos,
sabes que en una noche están todas las noches,
lo mismo que en un hombre están todos los hombres,
y al sentir el olor del pescado en las redes,
el canto de los cuervos buscando carroña en la playa,
ahogas a los ingenuos nadadores que creen dominarte
los golpeas contra las rocas, los tomas en tus brazos
e inicias el regreso.

Aunque viajar es el oficio de quienes
no saben cómo esperar la muerte,
las distancias que nos separan del otro mar
nunca se cubrirán con un barco.



LAS AVES, ACTO DOS


«La impotencia del hombre ante fuerzas superiores,
la inutilidad de sublevarse al destino…»


Manuel Mejía















 

Cuando Aristófanes se dio cuenta
que sus dioses eran demasiado ingenuos
como para tomarles en serio, empezó a escribir
sus obras cubierto el rostro con una máscara,
a fin de que ellos no se fijen en él.

No buscó en los festivales su sitio de privilegio
junto a Sófocles, a Eurípides, o al mismo Esquilo,
tan venerado como Homero,
sino un banco simple junto a la plebe,
en esos días que los dioses
bajaban al mundo disfrazados de griegos.

Será por ello que en nuestros días,
al representar sus obras, los actores encontramos
una máscara, sonriente y mordaz,
abandonada en cualquier sitio del teatro;
la misma máscara que el sátiro
olvidó en sus andanzas por la tierra.



CONGRESO DE INTELECTUALES


Y porque la sangre de los niños
es una ofrenda generosa
en los mataderos del mundo,
al final de la tarde, cuando el mar
se recoge en los puertos, no somos felices.



EL PATIO INTERIOR


a Gabrielle Marinucci


Un perro disfruta su comida.
Oculto tras las fundas de basura un niño
espera la ocasión de arrebatarle el hueso.

Una anciana y sus cachivaches
tomando sol a la entrada del templo.
Con un pedazo de ladrillo raspa su sarna.

Casados con sus hijas, hundieron alfileres
en los ojos para no conocer a sus niños;
vagaron por estos muros perseguidos de las ratas.
Hay otros que en una noche de insomnio deciden
/envenenarse.

Acercándose con paso de profeta, deja su abrigo
lleno de parches sobre las piedras
y golpea con un látigo al agua estancada
en los baches de la calle, castigando a los dioses
por haber destruido su barraca con las lluvias.

La diaria mirada a través de los cristales
nos hace creer que allí nada ha cambiado.
¿Qué significa, después de todo,
un año o una centuria
para estas casas e iglesias,
lo mismo que para sus mendigos y pocilgas?
La tierra es más vasta que un viaje
en tren alrededor del mundo,
aunque sólo en el mercado de San Roque
se resumen los tratados de historia y literatura,
porque esta ciudad es más que los siglos
/y sus muertos.

Escucho el ruido de las campanas,
mas no amanece. Es el tallador
de piedras para el trono de San Pedro,
es el pintor de dioses que, con el pincel
en las manos, no advirtió su grandeza,
es el albañil y los cimientos que sostienen sus brazos,
donde descansan hoy las constitución y las leyes.
Es el Zambo que cambió su nombre
para combatir la malaria del reino,
son esos cráneos relucientes que llegaron
a las fosas anestesiados la lengua
los que esperan al borde del día.

La ciudad tiene olvidos, como islas,
flotando en las aguas negras del canal
y no una, sino muchas muertes
que arden en el cuerpo
y se multiplican en la oscuridad.

La tierra se puebla con fetos arrojados
en fundas plásticas al patio interior:
allí está la vida, arrugada de un lado al otro.
Y no importa el fracaso para volver a escribir.



EXILIO


Una noche en el extranjero
yo soñé que poseía a mi madre;
cuando volví a casa, ella se había
suicidado un día antes de mi regreso.



LA HORA DEL OCIO


«Naturalmente, obrar resulta tan sutil como pensar»
Walter Benjamín

a Bolívar Regalado


Sentado frente a mi máquina de escribir,
con tantas ideas en la cabeza,
llegan los gritos de mi vecina,
igual que un miguelito pincha un neumático,
al concierto de mi musa;
pero es la hora de la creación y nada malo
puede suceder hoy. Comienzo a tipear.

*Dónde estás diablillo bobo,
alberteinstein, alberteinstein,
qué tienes en la cabeza...¡Puuff!

Recibo a mi mujer con una sonrisa
y me vuelvo aburrido cuando ella empieza
gritar que un escritor no come de sus libros.
«A no ser que las grandes editoriales,
te abortan en un día de circo,
pero hasta ello ya eres muy viejo.
Espero que cambie tu situación», amenaza
de nuevo y me invita a la cama.

*A lo mejor está meando junto a un árbol
que solo con mirarle caen las hojas,
o cruzó la calle tras un auto.
En estos tiempos no se puede confiar
en nada ni en nadie.

Los jueces se envanecen de poder prescindir
del tormento, pero tú no eres juez.
Deja de gemir como si fueras la única victima
sobre la piedra de sacrificios y observa al hombre que,
llevado con cadenas a prisión, no se lamenta y acepta
las casualidades antes y después del suceso.
Ha violado a su hermana menor
y no hay rastro de ello en sus ojos.

«La vida es una sucesión de estadios hacia algo»,
grita Rosa desde la cama. «¿Tuvo algo que ver él
con las otras posibilidades de la acción?
No me gusta la idea», insiste ella, «que el universo
haya tenido un comienzo porque ello implicaría
un origen divino de mala proyección.»
-Aquel mundo de sombras¬- , insinué yo,
-más que el deseo por volver a su origen,
es la manifestación de otras posibilidades de la materia.

Con la prisa por ubicarnos en el tiempo,
nos acercamos, decididos a burlar la muerte,
buscándonos uno al otro con la destreza de las caderas.
Tu cuerpo se agita ante la cotidianidad
en que fuimos vencidos con nuestras armas,
alcanzo el gozo de extraviarme en ti,
hasta vencer la nostalgia de ser temporales
y nuestros cuerpos se liberen a la vida.

Nada estuvo escrito para este encuentro
y puesto que no somos ni César ni Cleopatra
para tener un espacio en los libros:
esta es nuestra historia.

«Aquí está la palabra que mis padres
se confiaron en una noche de amor para mi venida,
el silencio del que sufrió las pruebas de la guerra,
la joven que perdió a su marido en tierras extrañas
y cuyo cuerpo fue enterrado en el primer cementerio que hubo: Atuntaqui, un pueblo en el culo del mundo,
con un río lleno de heces que en mi infancia fue el mar.
Sólo quiero encarar un personaje,
no Beatriz, no Liz Taylor»,
ella babosea otra vez la taza con café.
«Rosa va a la escuela».
Una historia en la que ella será violada.

A ti que correteas con alegre petulancia
los páramos de la etimología y la historia,
te confío un secreto: los bárbaros hablan buen latín
y el César aún nos sorprende con su grandeza.
El Arca de la Alianza reposa en paz
en el auditorio central del Empiry States,
en tanto los patriarcas envejecen cazando mariposas
en los centros nudistas de Hawai.

Sí, somos perfectos; pero ¿cómo explicar
ello a mi mujer sin enojos?
«Me hablas como un viejo a sus vacas»,
me grita ella desde las sábanas,
mientras yo enciendo la radio para no estar solo.
El escarabajo de Kafka vuelve a mi mesa;
fumo otro cigarrillo para jugar con el humo
que libera mi sombra a su paso.
Nuestro poeta, a quien debemos algunas páginas
inmortales, escribió:
afroditas de la noche junto a un sex shop,
un libro –tal vez insignificante para muchos
pero no falto de lecciones que aprender.

«Hay que superar la debilidad humana,
hijo mío, sin ignorar la dimensión femenina
que existe en un artista. Busca la época propicia del año
para potenciar el amor y la poesía».
¡Cheer! Y que la inmoralidad acoja con modestia tus
/escritos.

*Tocaré el timbre. El hambre lo traerá
de inmediato. Tontito, si supieras lo que mami
sufre por ti. ¡Riinn…Riinn! Hora de comer.
El viejo Freud no podía equivocarse en esto.

¿Y para qué más ramilletes de versos dedicados al amor?
¿Para qué los recuerdos de un tranquilo
sábado por la tarde cruzando nuestras mentes,
si no eres capaz de cometer un crimen memorable
-siquiera- para interesar a los medios?

Hay libros que antes de nacer ya está muertos,
libros prematuros, como abortos de mujer soltera,
libros que alimentan el fuego en las plazas,
libros que resaltan la alfombra persa
junto a una copia de Picasso o Guagin,
libros en milpalabrasparaelhombremoderno,
junto a la taza del baño, sobre la almohada,
libros y libros escritos en lenguas muertas.

Me detengo.
¿En quién descargo el veneno de mi bilis?
Yo, estúpido diocesillo traté de sublevarme,
pero ante quién me pregunto hoy
cuando Albert Eistein puso K.O.
a los poetas hace más de medio siglo.

«Hasta aquí les trajo el río de la inspiración»,
advirtió, mostrándonos su lengua blanca.
Y la quejumbrosa musa, siempre maliciando
con papelillos y estropajos, rasgó la yugular.

Yo he pensado mucho en ello.



ZURICH


















 

La lluvia es algo que conocieron mis mayores
y que tampoco pudieron descifrarla.
La lluvia que hunde a la ciudad en el fango,
lava las sarnas de los mendigos,
y las paredes grasientas de la cocina.

¡Cuántas cosas hacemos para dominarla!
Levantamos los diques más altos,
la llevamos por fosas y canales,
-igual que un niño ingenuo, al mar;
pero ella no conoce lo eterno,
sino la destrucción
el nacimiento y la vida siempre.

Cómo me regocijo cuando al amanecer
se descompone igual que un inmenso espejo roto.
¡Si su belleza no fuera la muerte!



CRUCES DE MADERA


Y al fin de la jornada
todo queda otra vez bajo el sol,
sin los artificios de la memoria.
La rosa es el vestigio de su florecer,
pero los huesos lo ignoran;
a tres metros bajo tierra
hay demasiado tiempo para esperar.
¿La eternidad? ¿Otra ocasión?
No hay prisa. Pagaron su tributo,
merecen el olvido.



EL TALLADOR DE PIEDRA


De pie, junto a la obra, un hombre mira sus manos
-enrojecidas por el trabajo-, el cincel, los restos
de piedra en el suelo y, sobre una mesa de madera,
la joven modelo.

¿Cómo atrapar la luz de sus ojos?
Se pregunta. ¿Cómo seguir el movimiento
en la roca de sus pechos erguidos,
de sus piernas largas y perfectas?
¿Cómo liberar sus delicadas facciones
del tiempo, sin que sean eternas,
y puedan extender su energía
a ese espacio donde los olores, colores
y formas son el mundo de la creación?

Piensa en los días tras suyo,
en la piel que se arruga pronto
y luego se descompone.
Vuelve al trabajo, golpe a golpe,
desafiando al espíritu de la roca
y al futuro.



MACCHU PICCHU
















 

Tras las piedras dispersas en el campo
el templo se halla en su magnitud,
como el Inca debió soñarlo
al ordenar su construcción
y como él lo vio una vez terminado.

En su interior los jarrones y las figuras
de plata siguen allí, con el brillo
de los objetos dejados al azar,
y no sabemos si es premonición
ver la imagen de lo que fue y lo que es.

Pisamos las ruinas sin darnos cuenta
que la vida se entrega tan pronto
como suena el despertador,
que el mar es uno y no los siete
pregonados con tanta necedad.



EL REGRESO


En los ojos del desmemoriado el amanecer
se detiene más tiempo, y cuando el médico
regresa el estetoscopio al bolsillo,
nosotros lavamos su cuerpo con agua de rosas,
le ponemos el mejor traje,
en sus labios rociamos aguardiente
para que olvide los hechos y las palabras
en su boca no desprendan mal aliento;
él nos devuelve entonces su sombra
en el agua e inicia el regreso.

Y es nuestro deber cerrar sus ojos
para no contagiarnos del recuerdo


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