viernes, 18 de marzo de 2011

PROMESA DE UNA GENERACIÓN


Por Rafael Marcelo Arteaga, con fotos del Tages Anzeiger, Suiza.

 "La mirada del que lo perdió todo, luego de haber dedicado su vida a ello." Pedro Herrera



Existenvarios motivos por los que el mundo luce hoy más triste que decostumbre. Nunca llegué a Japón, quizás porque en mis sueños dejuventud no estuvo la búsqueda de la modernidad, el ruido y lasluces de las grandes ciudades y preferí por años la vida sencilla ynómada entre Bali y Tailandia.

Enel 2005, en Seúl,  estuve a punto de tomar un avión paraaterrizar en Osaka, donde vivía Yukiya Adamo, en respuesta a unainvitación pendiente desde nuestros años de estudio en la escuelade traducción en Zúrich, durante la década de los noventa; perotras una llamada, su madre me informó que él se había mudado a NewYork. Nuestras cartas hasta el siglo anterior fueron ocasionales, yrecibir una de manos del cartero era motivo de celebración. Leer suslíneas fue igual a descifrar el misterio de las distancias y unarazón para hundirme en esa enfermedad del viajero llamada nostalgia.

Hoyestamos unidos a través del internet. Yukiya me escribió alguna vezuna frase que yo repetí con frecuencia a mis amistades: máslejos, más dulce;palabras que suenan bien al referirnos a nuestros amigos en la red,pero hoy demasiado crueles al saber -a través de los medios- lossufrimientos del pueblo japonés tras el tsunami.


Enrelación a estos sucesos, Yukiya me dijo: “Japón volverá asurgir. De ello no hay duda. Terremotos, guerras, pestes asolaronnuestras tierras durante siglos. Luego de capitular en la SegundaGuerra Mundial, las potencias occidentales nos sometieron a créditoscon tasas de usura para reconstruir la nación; para vigilarnosinstalaron bases extranjeras en nuestras islas, pero un día, -hizoun pacto nuestra gente mirando las ruinas- el reino del sol nacientevolverá a conquistar el mundo. Décadas más tarde, ellos cumplieronsu promesa con disciplina, optimismo, más una clase política convisión de futuro y responsable de sus actos. ¡Hoy es nuestroturno!”, dijo al teléfono, casi gritando.

Hastahace poco se hablaba del “milagro japonés”, como ejemplo aseguir nuestras naciones, y aunque la mentalidad e historia por acáes diferente, pocos le apostaron a seguir la ruta del progreso, deltrabajo honesto y constante que trae bienestar y seguridad en lagente. Los milagros ocurren solo en la religión. El pueblo japonésconoce la miseria y el esplendor humano; está en sus genes caer yvolver a levantarse, como el joven guerrero Susanoo que perdió lavida –cuenta la fábula- en cruento combate ante la serpiente deocho cabezas. Amasterasu, el hermano mayor, con llanto en sus ojos,rescató su cuerpo destrozado de las tinieblas, lo lavó con lasaguas limpias del río y preparó las ropas y lecho para su últimoviaje -junto a su espada. Luego tomó las cenizas y las esparció enel viento; mas, este dios, al ver tanta tristeza en el pueblo y tantodesolación en el rostro de Amasterasu, habló con el fuego, con elagua, y juntos los dioses estuvieron de acuerdo en devolverle la vida-tantas veces sea necesario-, hasta cumplir su misión de derrotar almonstruo que representa el reino de las sombras.
 
La vida sigue y el nacimiento de un niño trae siempre esperanza.


Yukiyame ha escrito que decidió volver a Osaka para ayudar a reconstruirsu país. “Las palabras son movimiento, son acción”, leo suemail, desde una laptop, antes de abordar el avión.

Elprimer paso de una promesa colectiva y de generación está dado.


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