miércoles, 30 de marzo de 2011

OJOS EN LA ARENA (Parte 1)


Tomado del libro: Amores Estériles, de Rafael M. Arteaga, Ramaar Editores, Quito 2004.           
      
         «Krank? Sie sagen, er ist krank? und ging fast drohend,
           als sei der Herr die Krankheit, auf ihn zu».
                                       
Franz Kafka


En julio el sol se alarga sobre la alfombra,
se nos cuela entre los dedos y el café,
hablando minuciosamente de la vida,
después de todo, echada a la suerte del reloj,
como una bola de trapo en el césped,
que a veces necesita un puntapié para seguir rodando.

– Estas son mispalabras, incapaces de ser otra cosa – comenzó el anciano, – aquí está ellibro, cuyo final abierto no deja dudas de la impotencia del creador alenfrentar su obra cuando ésta se le escapa entre el humo del cigarrillo y eldolor de cabeza.

Siento la luz detrás de la puerta,
mas no me atrevo a abrir;
el tiempo imprime su lejanía
y las cenizas no guardan
el recuerdo del fruto o la flor.
¿Recuerdas el lenguaje de tus dioses?
Tu pueblo tiene la costumbre de olvidar todo.

Un dios asexuadocon cabeza de dragón y extremidades de niño, medita con la navaja en sus manos:¿Cortaré su esbelto cuello? ¿Mojaré mis labios con su sangre espumosa comochocolate caliente? Bastante tuvo con nacer, sentenció en mis sueños. De ti noquedará nada, las migajas sobre la mesa y la suciedad de las uñas son todo tuequipaje.

Y yo contesté a la esfinge:no me interesa si hay otros basureros en el mundo, éste es un sitio para serfelices. Cambié entonces la posición de las cartas, las fichas del tablero, elreloj, el horizonte de sucesos en unlibro; mas, luego me di cuenta que no hay palabras o números para descifrar laspocilgas de los otros, porque cada pueblo escribe su libro.
 
- ¡Llega de unavez y libérame! - Imploré entonces al dios en las tinieblas, - Busca con sufilo mi corazón, mis intestinos viscosos, donde guardo y digiero toda lainmundicia. Y así hasta la vida -. Entonces habló él:

- No cierres losojos. En vano esperan los gusanos el primer manojo de tierra para acercarse atu cuerpo, pero no morirás mañana, sino hoy, siempre hoy. Yo, el pastor deciegos, te ordeno: levántate,toma tu camilla y ve a cualquier parte, cruza de nuevo esos túnelesllenos de silencio, donde dejaste la piel y el alma, sin que sus paredesrecuerden a nadie, sin nostalgia por lo conseguido o lo desechado bajo la luzsimple del día, y que cuando pienses en ello no haya en tu sonrisa huellas detristeza o compasión, sino sarcasmo e ironía: la ironía del tiempo al ver tu caraen el espejo.

No has perdido la juventud, te has perdido tú.Nadie espera al final de la estación, y tampoco valdría la pena detener aalguien su camino por ti. Estás solo y nadie te ayudará a salir de estasparedes más que tus pies o tu corazón.

Pero no hay regreso.


*
*  * *

Aquel díavolvimos a encontrarnos los tres. Era un rey viejo, despreciado y carente depoder, que disputaba a los perros y mendigos un mendrugo de pan; al sol lo reconocíaen su piel, igual que a la noche -por el frío.

– Abre el librosobre la mesa –. Le ordenamos. Él se acercó, lo tomó en sus manos, lo hojeóvarias veces y luego nos dijo:

– No es el mismoque escribí, ni con el que soñé anoche –. Nos sentamos entonces a escuchar suhistoria.


*
*  * *

- Aún guardo en mí eldulce encanto de sus ojos -. Comenzó a hablar el ciego,sentado sobre unos sacos con ropa sucia. - No sé que hace ella al otro lado delmundo, vivo apenas hasta cuando me cuentan sus cartas. ¿No han leído en losperiódicos cómo bajan los niveles de inversión? ¿Por qué no modifican laestructura del encaje bancario para enfrentar la iliquidez? -. Era su manera desorprendernos, rascando la piel enrojecida con delicada repugnancia. Sus ropas,tendidas – lo mismo que un muerto – al pie de la cama, esperaban otraoportunidad.

- ¿Cuánto pesa enti los grandes autores del mercado literario, los que desaparecen sin enterarsenadie que alguna vez escribieron un libro, aquellas montañas de leche y mantequillaflotando en el río para mantener los precios del mercado, los mensajes en lasparedes de los baños públicos, los acuerdos de importancia suma en los salonesde la ONU, laeuforia neoliberal con sus cementerios de chatarra? ¿Qué significan tus palabrasfrente al tiempo?

– Escondido trasesos lentes oscuros – nos atrevimos a interrumpirle – ¿con qué ojos miras almundo?

– Soy uno de los que ven a Dios,
guía de los muertos en el más allá.
En el día de la gran decisión
no servirán tus creencias ni tus palabras,
por eso te separo de ellos y espero.
Mira, ellos también esperan.

– Fueron épocasde hambruna –. Volvió su rostro a nosotros, mientras limpiaba con sus dedosarácnidos sobre las cuencas vacías de los ojos.

– Aferrado a unpedazo de vida, con cualquier cosa estuve satisfecho. Alimenté cuervos para quebusquen carroña por mí, pude provocar un incendio y ofrecí – apenas – una chispa.

Papé Satán, papé Satán, alepé, alepé!
Abandonado en una isla desierta,
no necesito que me rescaten
hasta tener algonuevo que decir al mundo.

Luego, a un paso del sueño, balbuceaba:
 
Me siento tan a gusto con estos vestidos, soycompletamente nuevo y tengo algo de frío...ahhh! ¿Pero cómo dejas tu saliva enlos huesos de ella? ¿Es que no puedo confiar en ti cuando duermen los demás?¡Fuera!

– ¡Padre, nomaltrates al perro, que él también participa de tu destino! – Le gritó una niñade 13 años que sacaba al anciano a despulgarse con el sol de la mañana.

– La corriente melleva. Mírala llena de heces y preservativos, de guantes que la noche anteriormataron a sus dueños y ahora buscan otras manos. Yo me acomodo en mi cama,escucho los gritos al cielo de mis vecinos, los insultos a sus mujeres; ciertosrecuerdos empañados con la edad entorpecen el buen humor del fin de semana. ¿Ypara qué? ¿No basta con echar las cartas al fuego y, antes de apagar la luz,dar una hojeada breve pero sustancial a tu novela preferida?

– Vendrán tiemposmejores, lo sé.
Habrá nuevasposibilidades de inversión
y nada aquí sepuede comparar con ello.

– ¿Por qué esatristeza? – Le averiguamos, al verle postrado junto a una esquina de suhabitación, – ¿no has dicho que eres inmortal?

– No puedo vivircon la idea de ser un parásito. ¿Cómo cubro mi esqueleto con prendasinnecesarias, lo alimento y no puedo agitar el fuego en esta masa inerte?

– Eres un tonto,¿ves? Ocúpate de la sopa y ¡basta! – Volvió a gritarle la niña, mientras tomabasus trapos para salir a la calle. Nosotros vimos su sombra perderse tras lapuerta; el anciano en cambio guardó silencio para sentir los pasos de ella enla calzada y sólo cuando tuvo la certeza de que se había alejado lo suficiente,volvió a conversar con nosotros.


2 comentarios:

La isla margarita dijo...

Muy bueno el blog, me encanto, segui asi, esta muy interesante

Salu2!
XOXO

Anonymous dijo...

gracias por tu mensaje. Seguro que vamos adelante.
Rafael