miércoles, 13 de abril de 2011

OJOS EN LA ARENA (Parte 3)


Tomado del libro Amores Estériles, de Rafael Marcelo Arteaga, Rammar Editores, Quito-2004. 

 

Cuando rasgué misojos, ella ya no estaba conmigo. Qué extraños designios tiene la vida y quécomplejo es el recuerdo; su hija nunca sabrá de mis labios que vino al mundodel vientre de su hermana.

Y nuestrasmiradas se cruzaron de pronto, pensando si valió la pena haber hecho un viajetan largo para encontrarnos con un vagabundo en las calles narrando su historiaa cambio de pan. ¿Debimos gravar aquel día sus confesiones -yo me preguntoinclusive hoy- para aumentar el expediente, sin cerrarse debido a laimposibilidad de saber quiénes más estuvieron tras el hecho de sangre con elque los periódicos llenaron de terror la ciudad durante varias semanas?

Aquel tiempo nopudimos comprender, y me temo que hasta hoy, los motivos, dentro de nuestralógica urbana, que llevaron al hombre a cometer tal acción, a fin de nosotrospoder elaborar un informe sustentable con el que los miembros del tribunalhubieran podido asumir un juzgamiento del caso, pese a reunir algunasevidencias físicas en casa del autor y, con ellas, formular hipótesis sobre lascausas del crimen y, una a una descartarlas, conforme entrábamos en un callejóndel que ya nadie nos ayudaría a salir con una respuesta que ligara -al menos-los hilos de la acción con la psicología del autor.

De regreso a la oficina, luego de abandonar al ciego, nos preguntábamos enel camino si alguien en la ciudad iba a creer nuestra versión reciente, tomandoen cuenta que los medios de la época ya inventaron y, como es usual en ellos, hastajuzgaron sus historias. Nadie está obligado a admitir nada; es más, ¿quésentido tendría hoy retomar el caso luego de muchos años, cuando éste carece delencanto de la sangre que un crimen fresco provoca en la rutina del lector? Por ciertoque a los periódicos no les conviene.

El sospechoso fuedetenido en su casa, luego de recibir una advertencia anónima (con vozfemenina). Al inspeccionar las habitaciones se encontró en una gaveta delescritorio la cabeza en descomposición de una mujer. El acusado, según reza elparte, no puso resistencia, más bien guardó silencio y nadie en adelantelograría sacarle una palabra, ni siquiera nosotros cuando asumimos lasinvestigaciones. Sus ojos tampoco reflejaban alguna señal que podríainterpretarse como confesión de culpa o remordimiento y así permaneció duranteel proceso, inclusive al ser dictada su sentencia. La presión ciudadana através de los medios tuvo mucho que ver en la celeridad con la que los juecesasumieron y trataron el caso. El culpable, al día siguiente de ingresar aprisión, amaneció ciego. Siempre hay un tipo en el barrio -el más cándido ygentil de todos- que mata a su madre, esconde el cuerpo en el jardín de la casay luego se refugia en la inmovilidad de una oficina.

El hecho ocurrió hacemucho tiempo, que tal vez ya nadie lo recuerde; sin embargo, el expediente -y enéste el espacio para los posibles cómplices y/o encubridores- aún estabaabierto. El sujeto que estranguló a una mujer de 38 años y repartió su cadáveren pedazos durante varios días por la ciudad, purgó su condena en prisión untiempo relativamente corto, aunque su sentencia fue mayor, gracias a lasuavidad de nuestras leyes -dedicadas a favorecer al delincuente-, al dócilcomportamiento del mismo y, sobre todo, creo que esto pesó más en la decisióndel tribunal al revisar su expediente, a su disminución física, provocada o no,pero el reo estaba ciego y ello no era purgar una sentencia, sino que seconvirtió en una persona difícil de manejar para los empleados de la prisión:el hombre salió libre y luego desapareció en los callejones de esta ciudad, sinque nosotros volviéramos a interesarnos o a saber algo de él; hasta que unllamado de la fiscalía nos ordenó retomar las investigaciones antes dearchivar  -espero de manera definitiva-el caso. 

En cuanto a losposibles implicados en el crimen, yo sugerí a mi compañero de investigacionesno añadir una línea más al primer informe entregado años atrás, (previo aljuzgamiento del acusado), sino mejor, ratificarnos en lo expuesto entonces;con lo que él estuvo de acuerdo. A fin de cuentas nosotros cumplimos el deber,y que la justicia haga lo suyo.

-No puedo veraquello que conviene a los mortales -siguió hablando el anciano, mientrasnosotros, que ya habíamos desconectado la grabadora, tampoco pusimos empeño enmarcharnos.

Hombre de pocamemoria,
mira lo que hashecho por ti,
tu nombre no daembajadas,
pensiones o cátedras,
pero tienes lapalabra; allí está Homero,
el viejo Whitman,Vallejo,
-un toro heridoante el matador;
no profanes sumemoria
llenando el mundode poemitas
convencido de latrascendencia mágica de tu voz.

Si preguntan sieres príncipe o legislador
al verte rodeadopor una corte de mendigos,
diles que bajo elabrigo tu cola de puerco
agita la hogueradel último día de la creación.
Dales un vinoamargo para que sientan un fuego
espantoso en lasentrañas y ellos sabrán
-al fin- quehasta Pound fue suficiente.


*
*  * *

Los maestros seponen de pie cuando entra el genio,
le señalan tímidamentesu silla en el cenáculo
                                           /de los inmortales.
Era el momento dehablar:

     Aquí reposa uno, cuyo nombre
     fue escrito en la arena,
     gato de piel morena
     sin bigote que nos asombre.

     Dormía en los libros, feliz
     junto a la hoguera,
     disfrutaba en luna llena 
     las felinas y el anís.

     La abuela le daba leche
     le rascaba la cabeza
     y él, sobre la mesa,
     lamía los dedos de Meche.


*
*  * *

Te has quedadosolo, me repiten en coro las moscas, desde los platos sucios de la comida. Heaquí nuestro consejo: como esas ratas de alcantarilla que, en cuanto agarranbocado, se sumergen en las heces y no vuelven a aparecer sino hasta que elhambre las despierta, golpea y sumérgete de nuevo; y así, hasta el infinito. Esees todo el secreto de vivir.

Mira a esoscuervos que entre latas oxidadas, restos de comida y más menudencias desechaspor tu estómago lleno, picotean las cuencas vacías de ese cráneo, empeñados enhallar carne, mientras más descompuesta, más apetitosa: este es tu oficio.Picotea, picotea, picotea y, luego, deja que sus huesos se descompongan en paz.

*
*  * *

-En Julio lasnoches son más densas, aunque breves -nos confesó el anciano, muy débil, elúltimo verano que estuvimos juntos-. Los moribundos no tienen fuerzas paraasistir al nacimiento del día y eligen el sueño. Nunca quemé un muñeco en añoviejo para merecer mejor fortuna; debo marcharme antes de que la tierra mellame, la única posibilidad de fuga vino del mar, pero yo estaba dormido.

-Confórmate ahoracon despedir a los viajeros -. Le sugerimos. - Nadie quiere vagar con suesqueleto desnudo, así que vístelo y ponte de nuevo en camino.

Y él se dirigió anosotros así:
En las cosas meceñiste de rey
sobre la tierrame diste poder,
escucha ahora mivoz:
es tiempo deapagar el despertador,
cuyo dueño no loescuchará más.

*
*  * *

-¡Qué te falta! -Preguntó el mendigo a la niña. (Sus carnes blancuzcas cayéndosele en pedazos,agitaban aún la llama del deseo).

-Mi padre - contestóella. - El hombre con quien yo podía hablar es ahora pasto de los cuervos. Élme enseñó a matar gatos, por ejemplo, y otros juegos que las niñas de hoypractican para vencer la timidez.

Dejaron lascloacas y se dirigieron al centro de la ciudad, buscando una esquina paramendigar. Un perro sarnoso les seguía atrás, feliz con el nuevo día y con sushuesos.

*
*  * *

Mi compañero deinvestigaciones se retiró del trabajo luego de morir el ciego y abrió con suhijo una panadería en un barrio alejado -aunque próspero- de Quito. En cambioyo, no sólo que perdí mucho pelo, sino también años de juventud sumergido enarchivos, comprobación de evidencias y comida china. Algo me sujetaba aloficio, no necesariamente la sangre de la crónica roja.

A su hija primeravolví a encontrarla
en Nueva York,luego de muchos años.
Si era bella aún,cómo saberlo
si uno también haenvejecido.
Mientras caminábamosyo dije:
-tu padre ya noes de aquí.
Ella me mirófijamente.
Llevaba unperrito de lanas en brazos;
al verme en elumbral de su casa
intentó cerrar lapuerta
pero la soledadenmudeció su frágil figura.
               

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