jueves, 15 de septiembre de 2011

Uda Ben Amir, la ejecutora de Gaddafi

Texto de Rafael M. Arteaga



Mientras más eficientese mostraba ante su amo, más cómoda y lujuriosa se volvió su vida.

Un nombretemible entre los libios. "Una mujer con el corazón del demonio",afirmaban ellos cuando se les preguntaba en la calle su opinión sobreella.  Se hizo famosa durante las revueltas estudiantiles contra elrégimen en 1984, cuando Gadafi ordenó sofocar la rebelión con soldados ytanques de guerra, tomó preso a su dirigente y luego de corto proceso bajo laacusación de atentar contra la seguridad interna de Libia, fue sentenciado a lahorca. Militares y policías, que siempre apoyaron las excentricidades de su amoa cambio de un buen salario y de compartir el poder, vigilaban al condenadoante la perplejidad de los presentes.
Fue laprimera ejecución ante las cámaras. Luego se volvería una tradición:mutilaciones, tortura, muerte de opositores al régimen se transmitía en vivo enla televisión estatal libia. Conversar de asuntos internos con extranjeros yser sorprendido tenía una pena de tres años de cárcel. Pertenecer, agruparse oformar un partido político estaba supeditado a la voluntad del tribunal que lojuzgaba: la vida a cambio o el encierro por siempre. 
Losestudiantes de escuelas y colegios, aquella tarde, fueron obligados a asistiral estadio de básquet -en Bengasi- para mirar el macabro espectáculo. Sadek HamedAl-Shuwehdy, de 30, años volvía de terminar sus estudios enlos Estados Unidos. Una vez envuelto con la realidad de su país, pidió -comomiles de su generación- un cambio de gobierno a través de elecciones libres, afin de acabar con el régimen de terror instaurado por el coronel. Ello fue sutumba. El verdugo arrojó la víctima al vacío para cumplir la sentencia, peronadie imaginó que el cuello de Sadek Hamed sería tan fuerte, que permanecióalgunos minutos balanceándose en el aire. Sus gritos espasmódicos pidiendo compasiónllenaron el silencio -ante el asombro- del público. Las lágrimas corrieron porsus mejillas, mientras los niños gritaban: ¡no, no, dejadlo libre!Entonces asomó Huda Ben Amir en escena. Para todos hay espacio en los recovecosde la historia. Subió al tablado y se asió de los pies de la víctima, mientrasel cuerpo se movía como un péndulo en el aire, hasta verlo morir.
La imagendebió haberla visto el mismo Gadafi en la televisión que, impresionado, mandó allamar a la intrépida mujer. El líder reconoció pronto sus cualidades deservicio: ubicó al verdugo en otro cargo y puso a  la mujer en aqueloficio. Su osadía fue la carta de entrada al club selecto de Gadafi; no en vanola revolución paga con monedas, embajadas y jubilaciones la lealtad de susvasallos. En adelante vivió rodeada de opulencia. Y mientras más eficientese mostraba ante su amo, más cómoda y lujuriosa se volvió su vida. Desdeprincipios de este siglo fue alcaldesa de Bengasi, la segunda ciudad más importantede Libia. Poseía algunas mansiones y penthouses con envidiable vista al mar,sus viajes de shopping al extranjero -acompañada de sus dos hijas, frutos de suetapa de pobreza- eran frecuentes, y sus innumerables fiestas terminaban enbacanales que daban mucho que hablar en los medios locales.
Sufilosofía era tan simple y encaja muy bien en las mentes de muchos dictadoresde nuestro siglo: "no se necesita diálogos, sino más horcas."
Hoy, alescuchar de nuevo su nombre, vuelve a mi memoria ese capítulo, tan patético enlos jóvenes de mi generación, que muchos, y yo en mi caso, pasamos días enterosmirando los reprises en la televisión local. El mundo estaba en orden entonces.Muchos países hacían lo mismo y nadie dijo nada. Gadafi era por aquellas épocasuna especie de mito revolucionario, un caballero medieval, que luchaba con susarmas: armadura y espada, solo contra el gran dragón del imperio y en nuestrospensamientos de entonces, quien se enfrentaba a él, estaba con nosotros.
Más de unavez -debo admitirlo- sentí admiración por su figura. Igual los grupos deizquierda, aunque hoy guarden silencio. Gadafi, sobre los 30 años y menos de40, apoyaba a las guerrillas en África, al sanguinario Iddi Amín en las selvasde Uganda; envió soldados y consejeros a Vietnam, a Camboya y su régimen rojo –quecasi extermina a todo su pueblo-. Muchas veces besó  la mejilla -unacostumbre muy árabe- de Fidel Castro, ícono supremo en nuestras mentesrevolucionarias de ayer. Defendió a Saddam Hussein y sus atrocidades contra elpueblo de Kurdistán, a Torrijos y luego al régimen de Noriega en Panamá…
 1977: Gadafi  y Fidel Castro en Trípoli
 
Gadafi apoyó al "sanguinariode las selvas africanas" Iddi Amín, de Uganda.

El boom de la era petrolera (los 70s) empezabaentonces; igual el tiempo de negocios, como las flores al inicio de laprimavera. Y el momento  de acabar con las instituciones del estado habíallegado, a fin de no rendir cuentas a nadie. Destituyó a los otros tenientes del Consejo de Gobierno y en su lugar puso un "Congreso GeneralPopular", conformado por jóvenes afines a su partido, (el único en Libia),el mismo que bendecía sus propuestas de cambio a fin de darles visos delegalidad; puso gente de confianza en la justicia, fiscalía y más organismos decontrol y el resto fue un monólogo apenas. Los rezagos de prensa independiente,la que cuestionaba los actos de corrupción del joven dictador, debieron cambiarde estrategia para sobrevivir: muchos terminaron vendiendo sus periódicos ymedios de comunicación al mismo gobierno, en tanto otros salieron del país. Losúltimos personajes -viejos y jóvenes- de la oposición fueron humillados enpúblico, como si fueran ellos los enemigos de un proceso social grandioso enmarcha.

 
El Congreso Popular de Libia podía elegir un primer Ministro y llamar aelecciones, pero nunca lo hizo. Gadafi no fue nombrado para cargo alguno, perogobernó durante 42 años.
Y es que en Libia, décima en elmundo en extracción y ventas de petróleo, había tanto dinero que Gadafilogró  convencer a los sectores más pobres -mayoría, igual que en otrasnaciones- que no era necesario esforzarse mucho, porque para ello estaba su líder,el que les daría educación, libros, uniformes, bonos -como en Cuba, u hoy enVenezuela- para retirar alimentos cada fin de semana. Escuelas, carreteras, laproducción debía estar bajo su responsabilidad, para distribuir de modoequitativo la riqueza de una nación rica y poderosa, pero mal administradaantes, a cambio de sumisión, de silencio.
Y desde entonces, variasgeneraciones fueron adoctrinadas para callar y servir a la revolución.

 Gadafi gozó de admiración en la juventud de losaños 70s y 80s. Aquí en la foto recibe a un grupo de hippies ingleses en sutienda del desierto.

Así, mientras al interior de Libiaél se presentaba como el guía espiritual del pueblo,cuyas palabras y actitudes eran una versión directa de la democracia;martillando la magnitud de sus obras, las bondades y virtudes de su carácterfuerte, cada día, cada segundo en los oídos de la gente, hasta volverse unaadicción enfermiza; en el plano internacional, en cambio, se presentaba como unreformador. Desconocer el papel de la ONU y pedir su nueva fundación a lacomunidad internacional, acorde con los cambios políticos y sociales deentonces -porque ésta haya impuesto a su nación severas sanciones diplomáticasy económicas luego de comprobar su apoyo a grupos guerrilleros y extremistas enel mundo, desde el Ejército Republicano de Irlanda, la Organización para laLiberación de Palestina, los Sandinistas, el M19, Sendero Luminoso...despertómuchas simpatías entre los grupos de izquierda. Nosotros celebrábamos supermanencia en el trono año tras año, y hasta guardamos silencio al enterarnosque uno de sus hombres hizo explotar un avión en pleno vuelo, con 357 personasa bordo, porque al fin y al cabo estábamos convencidos que el cambio de sistemapolítico tocaría pronto nuestras puertas, tal el ejemplo libio.
"La revolución del pueblo"empezó Gadafi denominando su proyecto político (los conceptos de ciudadanía quehoy manejamos aún no tenían vigencia entonces), hasta encajar aquella frase enun hombre –no en una institución- y en una estrategia personal: perpetuarse enel poder, rodeado de una sarta de incondicionales pone-alfombras (en Ecuador sellaman brigadistas), poetas e intelectuales que nunca se atrevieron acuestionar los errores del líder por temor a su carácter explosivo y, sobretodo, a perder los privilegios recibidos por él, mientras los grandes negocios-petróleo, minería, construcciones, compras y pagos gubernamentales...- volvíanfuerte sus bolsillos. 
Usó dineros públicos -fuera ya de uncontrol independiente al que todo gobierno serio debe estar sometido- paraapoyar a naciones pobres de África con el objetivo de controlar los recursosnaturales de éstas, bajo pretexto de ayuda solidaria. Cambiaba alimentos porpetróleo barato, apoyó candidaturas de personajes afines a su ideología yposibles aliados. En Eritrea, Níger, Somalia, por citar unos nombres, empresaslibias controlaban la mayoría de recursos naturales y sus ganancias terminaronen las cuentas del clan familiar y en cientos de consorcios con paquetesaccionarios a nivel mundial. Gadafi soñaba con la unidad africana e intentó-sin éxito- fundar el Banco Nacional de África. Sus planes para una monedacomún quedaron frustrados ante la oposición de Sudáfrica y el bloque queapoyaba a ésta, y de abrir las fronteras y los mercados para una integracióneconómica y racial.
Siempre acusando la ferocidaddel capitalismo y la ineficiencia del socialismo, propuso su ideología como unaalternativa social a seguir, tomando lo mejor de ambas y combinándoles con losprincipios del Islam. Así consta en su Libro Verde para la Revolución (que nadatiene que ver con ecología)

Si Mao escribió su Libro Rojo, Gadafi tuvo el suyo: El Libro Verde para laRevolución, con cientos de ediciones (auspiciadas por el autor), traducido a 42idiomas y fuente de lectura obligada en los centros educativos libios.

Pero el sátrapa teníasus excentricidades también. Un selecto grupo de enfermeras ucranianas queviajaban con él a todas partes para curar sus heridas, y hasta la de sushuéspedes predilectos, no pasaba desapercibido en la prensa. Berlusconi fue unasiduo huésped de Libia. El poder del pueblo le daba gloria y él se encargabade exhibirlo cada vez que hubo oportunidad. ¡Un viaje de su gobierno alextranjero fue una ostentación de lujuria! Un avión, equipado como el ForceOne, solo que mejor, con gimnasio, sala de cine, un establo para sus caballosde raza, ministros con sus respectivos harenes -no en vano defendían los principiosdel Corán-, consejeros y mascotas incluidas. Una perversidad con fondospúblico, sin que nadie pueda decir nada.

 
Primer requisito para ser miembro del cuerpo deseguridad: ser vírgenes. Gadafi las seleccionaba en persona. Las Brigadas de Vigilancia,en cambio cuidaban de la revolución, inclusive en el extranjero: DerechosHumanos lo acusa de la desaparición de 28 oponentes políticos -entre 1984-1987que vivían asilados en otros países, sobre todo en EE.EE. e Inglaterra, dondeel servicio de inteligencia libio trabajaba con la CIA.

En cada desplazamientoiba también su cuerpo de seguridad femenino: mujeres reclutadas en su juventudbajo diferentes métodos infames. En cuanto empezó a desplomarse el castillo queGadafi edificó con esmero, algunas buscaron de inmediato la ayuda delpsicólogo. Dos de ellas confesaron haber sido reclutadas a la fuerza, bajoamenazas a sus hermanos por ser descubiertos -supuestamente- con drogas, delitopenado con la muerte en la mejor tradición musulmana. Y otra, hija de unfuncionario público, con quitar todos los privilegios a su familia, hastavolverlos mendigos. Una vez adentro, confesaron las mujeres a los emisarios deDerechos Humanos-, el coronel las violaba, luego sus generales -en orden de antigüedad-,hasta terminar en el lecho de cualquier funcionario de alto rango, el mismo querepetía las amenazas del dictador. Ser vírgenes era el primer requisito parapertenecer al selecto grupo de las 40 amazonas.

Nadie se iba con las manos vacías de Trípoli.Eran tiempos de buenos negocios.




En el 2002, cuando las sanciones dela comunidad internacional se volvieron insoportables para la economía interna,él tuvo que admitir sus errores y confesar que, en efecto, colaboraba con talesgrupos, en Angola, en Colombia, en Guatemala o Filipinas, porque era su deber"revolucionario estar contra losgrupos de opresión.” Acto seguido prometió que "no habrá más bombas,no más actos de venganza o terrorismo en el mundo." Y el imperio con susaliados, Europa entera recibió al hijo pródigo de nuevo en su regazo como unhéroe. Comenzaron los abrazos con prominentes personajes del jet set mundial:Tony Blair, Putin...los negocios estaban en su mejor momento y nadie quisoestar fuera de ellos. Luego de su recuperación en el mercado, los dineros delpetróleo libio iban a parar en empresas alemanas, italianas, en débiles o a unpaso de quebrar industrias en Londres, y de ahí salían robustecidas.
¡Por qué estar lejos de un hombre,cuya cartera puede salvar cuántos negocios de la ruina! Para qué cuestionar sihay o no libertad de prensa en su nación, si hay sentencias con penas demuerte, mutilaciones, torturas, desaparecidos. Fosas comunes, donde yacencientos de esqueletos sin nombre, fue moneda común entonces y hoy, poco a poco,se va descubriendo y volviendo a abrir viejas heridas en sus familias, conformeempiezan a perder el miedo y van señalando -uno a uno- a sus verdugos.
Huda Ben Amir es el mejor ejemplo degente que agrada a gobiernos despóticos para perpetuarse en el poder, y de talesespecímenes sobra también en nuestros lares. Cuando los rebeldes ingresaron enuna de sus viviendas, hallaron muchas actas, en las que constan cientos deejecuciones y negocios sucios, y no solo ello, sino también a la temible mujer.La que alguna vez decidía entre la vida o la muerte de ellos, uno de los personajesmás poderosos e influyentes de Libia, temido y odiado -al mismo tiempo-, estabaen una esquina, temblando -como un perro faldero de frío- ante el vigor de lajuventud.
La muerte de Sadek HamedAl-Shuwehdye, en 1984, solo avivó la mecha de la rebelión. 25 años más tarde deaquella escena macabra –que aún vive en mi mente-, el pueblo libio consiguióperder el miedo y echó de una vez a su verdugo; el mismo que, humillado, vaescondiéndose en el desierto, bajo sus innumerables Bunkers construidos para suseguridad. Hasta ahora.
Al final a estas líneassólo cabe una reflexión: si lo que vemos hoy en Caracas, o en Quito, no es sinouna repetición de ocurrido en Trípoli, hace cuarenta años, me pregunto entonces¡dónde estamos los ecuatorianos! Frente a ello no puedo sino decir que elsupuesto inventor del socialismo del siglo XXI, Heinz Dieterich, no es sino unfarsante, porque el maestro de Chávez y "susmuchachos" en Sudamérica acabade ser destronado allá, en Libia, por la misma juventud que fue adoctrinadapara callar y obedecer.

 La admiración de Chávez a Gadafi ha sido frecuente. 

Nadie abandona a un amigo en desgracia.
   
1200 presos fueron asesinados por el ejército,en 1996, al protestar contra las condiciones de la prisión.  Nadie sabedónde están sus cuerpos. Tampoco hay un registro de cuántos oponentes alrégimen fueron torturados, dados de baja y sus cuerpos enterrados en fosascomunes, aunque las cárceles estaban llenas de líderes políticos.



 Destrucción en Libia del monumento dedicado al Libro Verde para la Revolución. Y como dice el bolero: Nada es para siempre.


 

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